El legado tóxico del correísmo 

Columnistas, Opinión

La corriente correísta, liderada por Rafael Correa durante su presidencia (2007-2017), prometió una revolución ciudadana, pero dejó un rastro de corrupción y delitos que aún lastra a Ecuador. El correísmo ha tejido una red de impunidad que socava la democracia y la confianza ciudadana. Mientras figuras como Jorge Glas enfrentan la cárcel, el daño estructural de esta era persiste, con un saldo de instituciones debilitadas y una sociedad polarizada.

El caso Odebrecht es un emblema de la corrupción correísta. Glas, exvicepresidente, fue condenado por recibir sobornos de USD 13,5 millones, pero no actuó solo. Funcionarios de alto rango participaron en un esquema que desvió millones de dólares en contratos públicos. La «década ganada» del correísmo se financió, en parte, con coimas que empobrecieron al país mientras enriquecían a una élite política. Por este caso y otros, los ex funcionarios del gobierno correísta están prófugos.

El caso “Liga2” es otra muestra de que, pese a que el Ejecutivo ya no está en manos del correísmo, éste continúa infiltrándose entre los pasillos de las instituciones públicas. El caso Liga2 narra la forma en la que el correísmo, desde el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, buscó ubicar a sus fichas en la Superintendencia de Bancos. El principal involucrado, Augusto Verduga, se encuentra prófugo en el extranjero, buscando justificar sus actos.

El correísmo no solo robó recursos, sino que fracturó la institucionalidad. Jueces cooptados, medios silenciados y una ciudadanía manipulada por una narrativa populista son parte de su legado. Hoy, mientras el país lucha contra la inseguridad y la crisis económica, el correísmo intenta resurgir, minimizando sus delitos y polarizando aún más. Ecuador merece cerrar este capítulo, pero eso requiere una justicia implacable que no solo castigue a los Glas, sino que desmantele las redes que aún operan en las sombras. (O)

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