¡Para que te explico… si no lo vas a entender!

Esa expresión, suelta de huesos, me impactó y devolvió a tierra en varios de los momentos de euforia y teletransportación que mantuvimos en las tres últimas semanas, con oportunidad de las competiciones internacionales en las que participaban deportistas ecuatorianos de élite: Moisés Caicedo, William Pacho y Richard Carapaz.
Ahora, quiero vencer, conmigo mismo, el impacto de esa frase que escuché hace pocos días durante la transmisión del Giro e intentar una explicación que satisfaga -no solo mi emoción- sino el entendimiento de otros lectores.
Quiero hacerlo porque, desde que tengo memoria, desde mi primera pelota: he sido futbolista y futbolero convencido; pero también, porque desde que -en mi niñez- me regalaron una bicicleta y me subí en dos ruedas, un par de pedales no han sido obstáculo para que, no obstante los años transcurridos, aún mantenga el equilibrio y la felicidad.
Hoy, como siempre, el fútbol y el ciclismo nos recuerdan que no se trata solo de ganar o perder, sino de pertenecer. A una historia, a un pueblo, a una emoción que no se puede explicar, solo se puede vivir.
Y mientras haya un balón que ruede, una bicicleta que avance, un alma que no se rinda… estaremos ahí: presentes, respaldando y atestiguando.
Es que el fútbol nos junta, el ciclismo nos convoca y cuando lo hacen, las distancias desaparecen: porque estando aún lejos -vitoreamos y sentimos- esa vibración y la emoción indescriptible de ser uno solo. Un solo equipo. Un solo esfuerzo. Una sola motivación. Una misma ilusión.
A veces lo que parece imposible de entender, solo necesita ser, dicho de otra forma, o compartido quizás con un poco más de paciencia.
Porque el fútbol es una batalla sin armas, donde once corazones corren detrás de un mismo sueño redondo y al final todos se abrazan; y, el ciclismo es el arte de domar el tiempo con las piernas, subir montañas con el alma y llegar, aunque duela, porque rendirse no es una opción.
El deporte no es solo competencia: es comunidad, identidad y emoción compartida. Es esa magia que convierte la distancia en cercanía, el esfuerzo individual en sueño colectivo, y la pasión en lenguaje universal.
No importa si estamos en la cima de una montaña, en la tribuna más alta de un estadio. O frente a una pantalla o detrás del aliento contenido de una multitud. Simplemente, estamos ahí. ¡Somos parte! Porque el deporte no se juega solo con los pies ni se pedalea solo con las piernas. ¡Se vive con el corazón! Se empuja con la garganta. Se vibra con la piel.
Porque dejamos de ser espectadores aislados y nos convertimos en un solo corazón latiendo al ritmo de un país entero.
¡Porque Ecuador es tierra de campeones!
Cada pedalazo, cada gol, cada esfuerzo silencioso ha sido un acto de amor por la patria.
Y esa ilusión tiene nombre: Ecuador. Un país que no necesita gritar para hacerse notar. Que no necesita privilegios para brillar. Que se levanta después de cada caída y sigue adelante, porque en su gente habita una fuerza ancestral que no conoce el abandono.
Por eso, mientras ruede un balón, mientras una bicicleta desafíe las cumbres, mientras haya alguien que crea que se puede… Ecuador estará ahí.
Porque Ecuador es, y seguirá siendo, tierra de campeones. (O)