El público convertido en director técnico

Ecuador, a falta de dos fechas, ha logrado una histórica clasificación a su quinto Mundial, ubicándose en el segundo lugar de la tabla. Un logro aún más meritorio si consideramos que comenzó el proceso con una sanción de la FIFA que le restó tres puntos. Sin embargo, ni siquiera este éxito ha silenciado las voces críticas: la pasión por el fútbol en nuestro país tiene un rostro curioso, el del hincha que se transforma en director técnico desde la grada o detrás de un micrófono.
En el mundo del fútbol, la emoción desbordante y el amor por los colores suelen empujar a los aficionados a opinar, deslegitimar, juzgar y hasta dictar alineaciones como si fueran expertos en táctica y estrategia. Este fenómeno, aunque comprensible, revela tanto la intensidad del vínculo entre el público y su equipo como la dificultad que enfrentan los jugadores y el cuerpo técnico para lidiar con una presión externa constante.
Gane o pierda el equipo, las críticas no se hacen esperar. Se cuestiona, por ejemplo, la decisión de alinear como titular a Darwin Guagua, un joven de apenas 17 años que milita en Independiente del Valle. También se critica la elección de Guayaquil como sede para enfrentar a Brasil, o la convocatoria de dos delanteros lesionados: Enner Valencia y Leonardo Campana, que fueron finalmente descartados por razones médicas. Estas observaciones, muchas veces hechas desde la emoción más que desde el conocimiento, pueden crear un clima hostil que termina afectando el rendimiento y la moral del equipo.
No obstante, no todo es negativo. Esa pasión del aficionado también puede ser un motor poderoso. La hinchada, ese “jugador número 12”, tiene la capacidad de levantar al equipo en los momentos difíciles y de celebrar los logros con fervor inigualable. Pero para que esa relación entre equipo y público sea realmente constructiva, debe basarse en el respeto, la comprensión y la confianza.
Los verdaderos seguidores deben aprender a confiar en el proceso, a respetar las decisiones del cuerpo técnico y a entender que el fútbol profesional no es un juego de consola ni una simple tertulia de café. La crítica es válida cuando es constructiva; lo que debemos evitar es la presión exagerada, la descalificación personal y el regionalismo disfrazado de análisis.
En definitiva, ser hincha va mucho más allá de señalar errores o imponer opiniones con pasión desmedida. Ser hincha verdadero es acompañar con lealtad, celebrar con humildad y resistir en la derrota con esperanza. Solo así el fútbol puede dejar de ser un campo de batalla y convertirse en un punto de encuentro donde el equipo y su gente caminan juntos, con orgullo y unidad, hacia nuevos logros. (O)