La salud no está de venta

Columnistas, Opinión

La salud no es una mercancía que pueda comprarse en una farmacia o en los “mercados del bienestar” que ofrecen de todo, sino es un sagrado regalo de Dios, una manifestación de la armonía original con la que fuimos creados y que por tanto debemos cuidarla.

En un mundo donde la medicina se comercializa y las soluciones rápidas se venden como panaceas, hemos olvidado que el primer templo de la salud es nuestro propio cuerpo, y su cuidado es un acto de gratitud y sabiduría.

La verdadera medicina preventiva no está en los fármacos, sino en la «alimentación consciente» que nutre el cuerpo sin envenenarlo y en el «ejercicio disciplinado» que fortalece tanto los músculos como el espíritu. Los medicamentos tienen su lugar, pero son como parches en una tela desgastada: útiles en la emergencia, pero incapaces de restaurar lo que el descuido crónico ha dañado.

Dios nos dio la salud como un préstamo sagrado, pero también nos dotó de libre voluntad: podemos elegir honrar este don con hábitos virtuosos o degradarlo con la pereza y la gula mezclada con el placer de comer. Ambas logran vencernos aún a sabiendas del daño que provocan y fracasamos mentalmente justo a la hora de necesitar ese empujón que necesitamos para comer sano, en pocas cantidades y hacer ejercicio diariamente. La enfermedad, en muchos casos, no es un castigo divino, sino la consecuencia natural de haber roto estas leyes que rigen la vida.

Hay muchos factores y es muy complejo lo que sucede en nuestro cerebro para que termine siendo muy difícil elegir lo sano y adquirir costumbres que requieren de sacrificio, voluntad y disciplina. Primero y lo más importante es nuestro desconocimiento que la Nutriología es una ciencia que nos facilita la vida y nos permite tener estructurado este sagrado arte de la alimentación. Otro es que no estamos conscientes de que el sobrepeso es ya una enfermedad y muchas veces es la base de nuestras enfermedades.

La verdadera sanación comienza no en la farmacia, sino en la mesa humilde de los alimentos saludables y en el sudor purificador del movimiento. La salud no es un premio fruto del azar, sino el resultado silencioso de decisiones repetidas. Somos arquitectos de nuestro propio bienestar a través del día a día, cosas que parecen insignificantes como lo que comemos, cómo descansamos, si escuchamos al cuerpo o lo ignoramos, firmamos un pacto con la vida o con su deterioro.

La tentación del camino fácil es constante. La sociedad celebra lo inmediato: el placer efímero, la pereza disfrazada de descanso, la intoxicación como escape. Elegir la salud, en cambio, exige lucidez: es un acto de rebelión contra lo fácil, un cultivo paciente que no siempre da frutos visibles a corto plazo.

Al fin y al cabo, la verdadera salud no es solo del cuerpo, sino de esa voluntad que, aun en la adversidad, elige no traicionarse a sí misma. Alguien dijo: «El hombre es dueño de sus días en la medida en que es dueño de sus hábitos. Y en ellos, esculpe su libertad o su esclavitud». (O)

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