Ser el mejor

En un mundo tan rabiosamente competitivo, en donde a diario debemos luchar por conseguir algo grande, alcanzar lo que nadie o llegar muy alto, siempre va a haber alguien que estará dos, tres o diez pasos por delante, siempre. Quiere ser el mejor médico y salvar muchas vidas, pues ahora mismo los hay brillantes y con una vastísima experiencia; quiere hacer ejercicio y ser referente de salud, pues ya hay gente que lo hace y su vida es una verdadera cátedra de buen vivir; quiere instalarse un negocio original, ganar mucho dinero y ofrecer fuentes de empleo, igual, montón de emprendedores exitosos ya alcanzaron esa meta hace rato. Casi cualquier cosa que se le ocurra alguien ya la hizo y lo hizo excelente.
Ahora, verdad de Perogrullo, para conseguir estas metas o cualquier otra y “ser el mejor” hay una sola condición: ser experto en eso, lo cual implica mucho esfuerzo, sacrificio, noches sin dormir, feriados sin descansar, eximirse de los placeres de la vida, etc., etc., etc.
Lo que muchísima gente olvida es que, en todos estos casos, si verdaderamente queremos ser los mejores, nuestros ojos están direccionados hacia la meta equivocada por una sencilla razón: en el mundo jamás podremos ser los mejores en nada porque ese es un concepto banal que cambia constantemente y por lo tanto absolutamente relativo. Si soy el mejor ahora, mañana tal vez ya no; además, ¿quién dictamina si lo soy o no? Y finalmente, ¿eso a quién le interesa o para qué me sirve? De hecho, así sea el mejor -incluso en una acción loable-, en la práctica lo será solo para vanidad del ego.
En cambio, si nuestra meta es convertirnos en expertos en nosotros mismos, en conocernos a profundidad, en saber realmente quiénes somos, qué hacemos y cuál es nuestro propósito en la vida, eso ya es diferente porque allí no hay competencia (aparte de uno mismo), nadie me va a ganar ni voy a ganar a nadie, además, y muy importante, no sugiere ningún tipo de sacrificio en virtud a que esa experticia se consigue en la más completa paz, quietud y silencio.
Es entonces -únicamente- en la práctica permanente de nuestra propia interiorización que llegaremos a ser los mejores, o mejor dicho, descubriremos que somos los mejores.
Lo interesante es que, este viaje de autoconocimiento no implica, como estamos acostumbrados, competir en una especie de jincana en la que debemos superar pruebas y obstáculos contra reloj para ganar. Ya ganamos, siempre fuimos ganadores, solo que no lo recordamos; olvidamos que nadie es mejor tú que tú mismo; ignoramos que Dios habita en nuestro interior; borramos de nuestra memoria que al ser divinos jamás morimos; y, desconocemos que todo es un sueño. Es por eso que en el momento mismo de volvernos expertos en conocer quiénes somos, es cuando despertamos.
¿Debo aún perurgirle a aceptar que usted es el mejor, que siempre lo fue y que siempre lo será? (O)