Amables por naturaleza

La semana pasada tuve una sorpresa personal muy agradable que quiero compartirla con ustedes. Un buen amigo (excompañero de la secundaria), con quien no me veo ni hablo casi nunca porque vive muchos años fuera del país, de pronto me escribió. Luego de una corta salutación de su parte, me cuenta que estuvo recordando a los entrañables compañeros del colegio y que pensó en mí porque, lo transcribo: “…hay una cosa que me llevaré siempre. Cuando llegué nuevo a 5 curso [sic] ya se conocían todos y tú te acercaste y me dijiste ¡Bienvenido! Ufff, nunca me olvidaré. Me hiciste sentir (emoticon de alegría). Tengo esa imagen de ti.” Cierra su mensaje con un “Gracias amigo”.
Eso fue todo. Muy pocas palabras -y suficientes a la vez- para alegrarme y provocar que hablara de ellas hoy en esta columna, porque creo que merece la pena recordarnos (me incluyo) la valía de la amabilidad.
El simple ¡Bienvenido! que pronuncié hace mucho (la verdad, ya ni me acordaba) repercutió en mi amigo de manera tal que aún hoy lo atesora como uno de sus más bonitos recuerdos. Lo simpático es que casi cuarenta años después rebota otro acto de amabilidad producto de aquel, esta vez de su parte, haciéndome partícipe de su sentimiento y gratitud.
Y es que la vida es eso: pequeños gestos que provocan grandes cambios, cada uno de ellos plantados como una semilla que crece y florece de formas que pueden tocar el corazón y el alma de cualquier persona.
Por eso, y sabiendo de antemano que una sonrisa, producto de una gentileza o incluso de una buena broma, puede ser un genuino testimonio de amabilidad, aprovecho la oportunidad para expresarle también a usted, querido lector, mi amabilidad con un simpático chiste que viene al caso:
El vuelo Helsinki-Toronto iba cargado con 400 pasajeros y solo 200 almuerzos. La aerolínea cometió un error y la tripulación se encontró en una situación difícil. Sin embargo, una azafata inteligente tuvo una idea. Unos 30 minutos después del despegue, anunció: «Damas y caballeros, no sé cómo ha podido pasar esto, pero tenemos 400 pasajeros a bordo y solo 200 almuerzos. Cualquiera que sea lo suficientemente amable como para renunciar a la comida para otra persona recibirá una cantidad ilimitada de vino gratis durante todo el vuelo».
Su siguiente anuncio se produjo 6 horas después: «Damas y caballeros, si alguien quiere cambiar de opinión, ¡aún tenemos 200 almuerzos disponibles!».
Moraleja: Los bebedores de vino tienen un alma muy generosa y amable.
Así, con esa sonrisa en sus labios, recuerde que quien ejerce la amabilidad, no solo vive, verdaderamente es, porque esa es la esencia de nuestra grandeza: ser amables por naturaleza.
Alguien dijo: «No hay necesidad de esperar a ser grande para empezar a hacer cosas grandes.» Así que, ¿por qué esperar? Comencemos hoy mismo a practicar la amabilidad y a observar cómo transforma su vida y la de los demás. (O)