Presente y futuro

Columnistas, Opinión


El 13 de abril, los ecuatorianos eligieron entre dos propuestas. Más del 50% de los votantes optó por la que, a su juicio, busca levantar a un país de rodillas. No será sencillo, tanto el presente como el futuro del gobierno son un proyecto en construcción.

En el presente, más allá de la euforia, el festejo y la felicitación habitual de otros presidentes, existen retos reconocidos la misma noche del triunfo: reorganizar el gabinete de ministros, incluyendo a aquellos que no aportan a la gestión y, por el contrario, producen ruido. La lista es amplia: el ministerio de defensa y los escándalos de los chalecos de cartón, el ministerio de trabajo y su disputa con la vicepresidenta, la cartera de energía y sus errores en el manejo de la crisis energética, el ministerio de obras públicas y su inadecuada ejecución del presupuesto, entre otros.

También, la necesidad apremiante de administrar la política antes de la primera sesión de la Asamblea Nacional, lo que permitirá la elaboración de un programa legislativo que impulse la gobernabilidad y mantenga un cierto equilibrio con la oposición.

Pero no es todo, el futuro inmediato presenta desafíos urgentes. El país contabiliza un incremento del 90% en homicidios en relación al 2024. La crisis energética que todavía genera incertidumbres debido a la ausencia de soluciones a largo plazo. La reactivación de una economía estancada que, según el Banco Mundial, disminuyó en un -0,7%, con una canasta básica que a marzo de este año llegó a costar 800 dólares, en contraste con el salario básico de 470 dólares y aunque entidades internacionales y el Banco Central de Ecuador prevén una recuperación del 1,5% al 2%, los números están en rojo.

Esto ocurre en un contexto político inestable, que podría empeorar con la instauración de la nueva Asamblea. En este escenario, el partido de gobierno tendría que formar alianzas con representantes de un movimiento indígena totalmente dividido, del social cristianismo prácticamente extinto y de aquellos que se autodenominan independientes, cuyo voto a menudo no es desinteresado.

El primer mandatario se enfrenta a retos que caracterizan los cuatro años venideros como la posibilidad de rectificar el rumbo de una nación al borde del desastre. Sobre todo, deberá lidiar con la desestabilización de la democracia, que probablemente dará inicio el mismo día en que asuma el poder. (O)

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