Superposición y decoherencia

Columnistas, Opinión

La semana pasada vimos por qué desde la filosofía todo objeto físico que existe a nuestro alrededor en realidad no existe. Pusimos como ejemplo un árbol al que indudablemente se lo puede ver, tocar y oler, es decir existe, pero al enfrentarlo a la “duda metodológica” como herramienta de análisis filosófico, entendemos que lo único que sí existe son las percepciones sensoriales que recibimos de ese árbol, más no el árbol en sí. 

Esto desde el punto de vista meramente teórico – filosófico; para entender completamente el mismo ejemplo, es preciso analizar también la parte científico – experimental, por lo que en el siguiente párrafo necesariamente debo ponerme pesado con la explicación de un par de principios físicos. Espero ser lo suficientemente claro y no aburrirlo. 

En física cuántica, la que estudia las subpartículas (más pequeñas incluso que el átomo), el principio de “superposición” dice que estas partículas subatómicas existen y no existen al mismo tiempo hasta el instante en que las observamos que es cuando se “materializan o desintegran” por así decirlo. Pero esto ocurre -y está científicamente comprobado- solo en física cuántica, en la física clásica, la que estudia las cosas grandes no pasa lo mismo, aunque debería, porque están formadas por esas mismas subpartículas, pero ¿usted no se desmaterializa mientras yo no lo veo, verdad?, ni su vehículo ni su casa ni el árbol; esto se debe gracias a otro principio físico llamado de la “decoherencia” (también ampliamente comprobado) que se produce cuando los objetos grandes se entrelazan, o sea, entran en contacto con el resto del mundo, todas las propiedades cuánticas se pierden y el sistema transmuta hacia un comportamiento clásico. 

En definitiva, no hay de qué asustarse porque mientras en la física cuántica ocurren mil cosas sin sentido, en nuestro mundo macro nada se esfuma ni desvanece, de pronto puede permanecer oculto, sí, pero eso no quiere decir que ha desaparecido, todo está ahí intacto tanto cuando lo vemos como cuando no lo vemos. 

Ahora bien, correlacionando el mismo epílogo de hace ocho días donde decíamos que los borregos correístas usan y abusan de la duda metodológica para desconocer los incuestionables delitos cometidos por sus líderes, habrá que recordarles, además, que de labios para afuera podrán mentir o negar lo que sea, pero las cosas grandes, como su corrupción -del tamaño del Sol-, resultan imposibles filosofarlas. Es, ni más ni menos, como negar la existencia de ese Sol porque, según ellos, lo único que realmente vemos de él son solo sus rayos de luz y no el astro mismo. Así, tapando el Sol con un dedo pretenden literal, filosófica y científicamente negar lo innegable. 

¿Será que algún día toman conciencia de la degradante “superposición” borreguil donde existen solo cuando el prófugo los mira y aceptan la “decoherencia” como el único camino decente para romper la ciega y sumisa coherencia con sus líderes?  (O)

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