Gobernar razonablemente. 2021/ Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

¿Quién que no nos oye nos obliga a hablar a gritos? Cuando uno lee un libro hay dos voces que se encuentran en silencio, la del lector y la del autor que ha caminado mucha tinta para congelar en palabras y en sentencias lo que ha sudado para escribir por su cuenta, y más aún, cuando le toca hablar asumiendo lo que otros quieren decir y no lo pueden. ¿Cómo hacer que nos oigan los sordos? Y no he dicho que nos “entiendan” ni por señas. Cuando uno llega a ser autoridad debe haber sudado  muchas lecturas para ejercitarlas desde el poder. Los gobernantes más sensibles primero oyen a los débiles, decían los filósofos griegos.

Los sordos de conveniencia se hacen con el ejercicio de sus soberbias y caen en los abismos de la antipatía de sus propios electores. Una autoridad que no quiere oír, no quiere decir que simplemente tenga orejas de palo, como se expresa nuestra gente, sino que evidencia ese desprecio de los necios que han asumido la  democracia como trampolín de un circo para defraudar a quienes confiaron en que iba a gobernar razonablemente. Gobernar significa, en democracia, primero saber oír antes que imponer. “Esto va porque va” se grita por la prensa.

¿Qué será esto de liderar a un pueblo usando el ejercicio de la razón? Pues no es otra cosa que evidenciar el ejercicio de la escucha, si carece del llamado sentido común. ¿Qué libros leerán las autoridades que dicen que nos representan? Pregunto para entenderme al nivel de gente ilustrada. Caso contrario toca descender en el lenguaje  y las sinrazones para entenderse al nivel de la incultura que se beneficia de las groserías y del grito de los bárbaros.

 Si no tienen este hábito que interactúa las palaras en el diálogo, la respuesta es obvia: Las elecciones evidencian las trampas en las que los ingenuos creemos en las promesas. ¿Valdrá la pena requerirles que busquen maneras de sensibilizarse ante la impotencia de quienes soportamos la retahíla de desatinos, no solo por el costo social ni el desperdicio del tiempo que lo malgastan en torpezas, sino porque también invierten en dinero, lo que no les pertenece y que lo cargan a un pueblo convertido en un asno caído y garroteado que ya no alcanza a reaccionar como debería, ante un capataz que hace basura lo que se le viene en gana? ¿No se darán cuenta que buitres y carroñeros pululan adulando al amo? Los neófitos titulados y tantos tinterillos que le hacen corte, le empujan con más facilidad hacia el abismo. ¡Pobres pueblos los nuestros! engañados con dádivas y ofertas; con abrazos y besos en los procesos electoreros; con promesas y falacias que nos desbarrancan a las urnas, hasta que, cuando llegan a sus “tronchas” se vengan de sus aplaudidores con el cinismo de sus perversidades bien fundadas. Esta es nuestra triste historia llevada con el morbo a la manipulación de la masa enferma de nuestra sociedad amenazada.

Según el escepticismo, sabemos que nos van a traicionar por más que nos prometan que gobernarán para todos. Discursos de investidura. Esta experiencia la tenemos fresca. No solo hay delincuencia común. Lo triste es que para muchos la torta de los fondos públicos, muchas veces resulta saqueada por quienes, disfrazados de honestos y de mendicantes, practican la política y la van hundiendo en el menosprecio. ¡Ladrones! grita la gente a todos los que buscan el poder. Da tristeza que esto nos ha resultado una práctica comprobable. Ladrones son, no solo quienes hurtan el erario escuálido, sino quienes lo malgastan, los despilfarran, los convierten en escombros. Ladrones son también quienes saquean nuestras esperanzas, nuestras ilusiones, nuestra buena fe, nuestro derecho al diálogo, nuestra esperanza a ser escuchados frente a  tanto desatino que es orquestado por quienes  se escudan en la sombra.

Tal o cual obra “va porque va” han dicho públicamente con tanta soberbia y prepotencia, quienes nos gobiernan colegiadamente en nombre de todos, incluidos los que pensamos  que la ciudad ha experimentado las mareas de ir de tumo en tumbo. ¡Ah! Me queda pendiente referirme a los voraces de los contratantes. Muchos sabemos que en esta tierra rebelde, Montalvo ha quedado de momia porque lo blasfeman quienes desprecian la cultura. (O)

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