Nunca se borrarán / Washington Montaño Correa

Columnistas, Opinión


La tragedia vivida por el Ecuador, a consecuencia de un paro de taxistas, transportistas e indígenas, trajo como evidencia la gran división social que existe y que indudablemente se visualiza en la inconformidad violenta como se reclamó y que el gobierno nunca esperó semejante reacción; estuvieron muy confiados y poco preparados para una batalla campal de enormes proporciones y de nefastas consecuencias que, no se olvidará de la mente de los quiteños ni ecuatorianos.

Pero hay imágenes que conmueven, dentro de tanta agresividad, como el de la gente brindando un refrigerio a los policías y soldados, con cariño, con voluntad sin egoísmos; en clara demostración del sentimiento humanista. O la del militar que corre presuroso a darle los primeros auxilios a un joven que estaba caído, no miró el peligro que representaba adentrarse entre la multitud fastidiosa, pero seguramente fue su espíritu humano que lo impulsó. La de los hermanos que se encontraron en medio de una turba enardecida de furibundos indígenas, en donde estaba el un hermano, que arremetía en contra de la policía; allí, entre los uniformados, estaba el otro, repeliendo duramente el ataque; más cuando amainó la revuelta, tuvieron tiempo de saludarse y hasta de tomarse la selfie del recuerdo.

Los jovencitos universitarios, dando muestras de valentía y de vocación a su carrera de medicina, atendían, ayudaban, curaban y hasta consolaban a los heridos; y en un gesto de extremo humanismo, se juntaron con sus manos, al caer la noche, para defender la sede temporal de los indígenas y evitar ataques a mansalva. 

Mención aparte merecen las escenas de la pamba mesa, donde todos en unidad de acto y demostración viva de la hermandad racial tomaban lo que tantas manos generosas ponían. Y aquí resalta el acto más genuino de desprendimiento material, cumplido por un niño (que ya no es desconocido, omito su nombre, que sí conozco, porque ahora es famoso) de un pueblo del cantón Alausí que, al ver pasar a los militares, sintió que su espíritu noble, le impulsaba a regalarles “siquiera tostadito” porque “han de tener hambre” y sacando de sus bolsillos les obsequia unos cuantos granos a los soldados que seguramente, los tomaron agradecidos por esta actitud generosa y su original forma de expresarse que considero, hacía muy difícil negarse a tomarlos.

No se borrarán nunca las imágenes de los bomberos, del personal de la cruz roja y del 911, que por sobre todas las cosas y con su sentimiento patriótico, caminaban por calles destruidas, en medio de los gases, haciéndole el quite a las piedras, cohetes, balas; corrían desesperados por ayudar en todo lo que más podían. En sus caras, se notaba la tristeza, la preocupación; se reflejaba la amargura por lo grave de la situación y sobre todo por los equivocados actores que los confundían como parte del gobierno, atacándoles a mansalva, de manera cobarde, sin medir las consecuencias de sus actos vandálicos en contra del personal de instituciones consideradas neutrales hasta en la peor de las guerras.

Y quedará en la memoria, la psicosis colectiva generada por la presencia de maleantes nacionales y extranjeros, de la peor calaña, que no respetaron la propiedad ajena obligando a la gente de los barrios a salir armados con palos, garrotes, armas, en sendas rondas nocturnas a defender el barrio, en el derecho de autodefensa de sátrapas, confundidos como manifestantes.

“Que nunca más se intente engañar al pueblo, porque la voz del pueblo es la voz de Dios”. (O)

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