Vidas ejemplares / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión

Albert Einstein vivía en  Princeton, estado de New Jersey, no lejos de la universidad. La casa era una sorprendente extensión del hombre; pequeña, ligeramente confortable. Angostas escaleras conducían al ambiente de estudio. Libros y libros  cubrían las cuatro paredes. Una ventana grande miraba a su modesto jardín. 

Einstein no tenía dificultad alguna en contestar preguntas formuladas por los visitantes: ¿En algún momento ha lamentado usted el papel fundamental que desempeñó en el desarrollo de la primera bomba atómica del mundo? La respuesta de Einstein: “No tengo apologías por haber urgido a Estados Unidos a emprender en la investigación nuclear como acto de defensa contra Alemania; pero si sentí la decisión de arrojar la bomba sobre Japón, sin advertencia previa.” 

La decisión de Estados Unidos de arrojar no una sola bomba sino dos fue algo que Einstein no logró comprender; acción que lamentó profundamente. No lo comprendió, no solo como científico que figuró en la secuencia de los eventos originales que condujeron a la elaboración de la bomba; ni como ser humano. Mostró hondo malestar y preocupación sobre el legado que Estados Unidos dejaría al futuro.

Para Einstein, la paz, más que un compromiso era su obsesión.

Mencionar el nombre de Einstein comanda respeto universal, admiración. Los pueblos del mundo pueden no comprender su Teoría de la Relatividad, o por qué E = mc² reveló tantos secretos cósmicos. Sin embargo ha tenido un sentido instintivo que Einstein los desarrolló, más que como verdades científicas, como verdades morales. De su cerebro proviene el diseño para vivir en una era atómica que fuese lo suficientemente comprendida, que inclusive podría conducir a la cordura y a la seguridad sobre la tierra.

Einstein, el hombre más grande y más sabio ya no está aquí. Por muchos años, por muchas vidas, los moradores del mundo aprecian, apreciamos, su sabiduría y su grandeza. Einstein trató de mostrarnos el camino. Todos, quienes son responsables de liderar naciones tienen la tendencia de pensar solo en sus propias sociedades. A pesar de los años transcurridos desde su muerte en 1955, Albert Einstein  sigue pregonando uno de sus pensamientos máximos: “Los seres humanos, absolutamente todos, ya no podrán vivir en mundos separados”. (O)

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