Tungurahua es uno de los nombres del Amazonas. / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

Llevo bastante adelantada investigación que se convertirá en un nuevo libro desmitificador que, si las circunstancias lo permiten, tendrá como título “Mitología e historia en el descubrimiento del Amazonas”. Este trabajo lleva el sustento de la crónica original del padre Gaspar de  Carvajal que acompañó a Orellana en la aventura de piratería por el río más grande del mundo, que antes que llegara Orellana por esos lares (12 de febrero de 1542), fue designado como “Santa María de la Mar Dulce” cuando “al alba del Año Nuevo de 1500, Vicente Yáñez Pinzón, bordeando la costa oriental de nuestro subcontinente, se encuentra con la desembocadura increíble de un río fabuloso”. Desde luego que una cosa es haber recorrido el río; y otra, haberlo visto en su desembocadura.

Según la crónica del  padre Carvajal, son varios los poblados que van superando y sobreviviendo a los saqueos que realizan con todo el estilo de la piratería propia de la época. La táctica no era atacar a los asentamientos más grandes, sino a los poblados más pequeños donde podían salir triunfantes. La mayor parte del énfasis  descriptivo tiene que ver con el aprovisionamiento de comida, aunque entre telones y de forma indirecta se deduce que en los saqueos capturaban mujeres. Los hombres eran tomados como guías y traductores. Se entiende también que aquello de la “construcción de bergantines o embarcaciones” resulta más mítico porque se encontraron  con varios tipos de ellas, conforme iban descendiendo hacia la desembocadura, y las arrebataron a los nativos.

Ahora sabemos que solo en el Oriente ecuatoriano hay variedad de lenguas y culturas, porque sus habitantes no eran nómadas, sino que vivían en territorialidades con delimitaciones sui géneris. Los lingüistas hemos estudiado que en la selva las etnoculturas hablaban lenguas, muchas de ellas, derivadas de un proto macro guaraní. Esto quiere decir que ancestralmente estaban vinculados a un núcleo que derivó lenguas  hermanas. Sería como ir por Europa oyendo italiano, español, portugués o francés de ancestro latino.

Si las etnias viven una territorialidad, la geografía resulta la primera marca delimitadora de un dominio. Por esta razón tenemos que pensar que cada lengua daría designaciones a los ríos y elementos de importancia cultural, tal el caso de pueblos llenos de contactos comerciales a través de un gran eje vinculante como fue el Amazonas. Esto quiere decir que el Amazonas, antes que fuera designado por el imaginario de la mitología griega, habrá tenido sus nombres diversos según las culturas, y no uno solo, como piensa la gente que no procesa  la diversidad poblacional.

“Sin embargo, con mucha anterioridad, las naciones aborígenes que poblaban sus orillas, le conocían con los nombres tupí-guaraníes de Paranaguassú, Paranatinga y Tungurahua, que, en buen romance y respectivamente quieren decir “Gran Río”, “Río Blanco” y  “Rey de las Aguas””. Para nosotros, encontrar la palabra Tungurahua en este contexto, resulta importante y revelador. Desde luego que el enlace con la cuenca amazónica de la zona del volcán Tungurahua nos inquieta y nos da fundamento para pensar que tenemos una huella lingüística que nada tendría que ver con las lenguas de los pueblos andinos. “Rey de las aguas” sería la contra explicación a la etimología que pusieron los cristianos de creer que era el “infierno”. Este dato está tomado de un periódico publicado en Iquitos por Daniel Sotil García, un profesor que estudió en la Universidad de San Marcos (Lima) que entre otros méritos ha recibido, como docente universitario, un premio nacional de educación. El Omagua, Suplemento estudiantil de kanatari, Año I, 28-10-90, # 2.    (O)

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