Tración y negación / Guillermo Tapia.

Columnistas, Opinión

El pueblo cristiano según sus tradiciones de fe, en la Semana Mayor, se prepara para el Triduo Pascual que no es otra cosa que el período comprendido entre Jueves Santo y el Domingo de Pascua, en el que se conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.

No obstante, el Martes, se dice que es el día de la controversia, porque en él Jesús anunció su futura muerte a sus discípulos y las palabras que dirigió a Judas Iscariote por su traición y a Pedro por las negaciones que cometería. También, porque enfrentó a los sacerdotes y ancianos que cuestionaban su autoridad para predicar y hacer milagros y, a los fariseos que le preguntaron sobre los tributos, a lo que mostrando una moneda respondió: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.

Desde entonces, en nuestro recuerdo se mantiene la simultaneidad de esas acciones humanas -circunstancialmente caracterizadas- en treinta monedas y en el doble canto del gallo.

Y el mundo gira y las distancias se acortan. Y el mundo da vueltas y las mentiras se perennizan, los abusos y apropiaciones indebidas son pan de cada día, y la justicia -vendada de ojos- se mantiene inmóvil en el fiel de la balanza, entre la dependencia política y el Estado judicial. 

Lo interesante y rescatable a nuestro momento, es sin duda la reflexión que está aconteciendo en los ecuatorianos, en favor de un cambio de paradigmas, de modelo, ensayando una mirada distinta, de advertencia y previsión a su futuro. Incluso, desoyendo cánticos impositivos por la nulidad y anteponiendo el interés nacional y la paz social, ante la infame arremetida que pretende volver a retrotraer a todo un país a épocas de ingrata recordación y lacerante experiencia.

Ahora, ese ciudadano que fue señalado, apartado, vilipendiado, injuriado, castigado, cancelado y abusado, ha puesto en marcha a la memoria, como único elemento de defensa para evitar que ocurra nuevamente el escarnio y la violencia, la picardía, el menosprecio, el sarcasmo y la burla. En una palabra, la continuación despiadada e inconmensurable de la corrupción.

Sin duda, la Pascua Dominical será un momento ávidamente esperado, como si se tratase de una admonición para saborear en familia -en un ambiente distendido y paciente- los mejores días que anhela el pueblo ecuatoriano y que serán realidad, porque solo dependen de su propia decisión y elección.

¡No hay margen de error posible!… Si aquello ocurriere, el descalabro gubernamental y social sería reeditado y sus consecuencias, impredecibles. 

¡Nunca más la traición y la negación como políticas públicas!

El once de abril, a vuelta de esquina, nos invita a reencontrarnos, a enlazarnos, a unirnos monolíticamente como sociedad para ejercer a plenitud nuestro derecho a elegir un nuevo gobierno con total libertad y convicción. (O)

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