Tiempos de parrhesía. 2021 / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

Si hasta la pandemia nos ha servido de pretexto para el engaño, digamos que la traición nos haya servido de escarmiento para aferrarnos a la esperanza; puesto que seguro habrá de sacarse a la luz la verdad, la que se la sentía secuestrada, maniatada y enmascarada. La historia está hecha de luces y sombras, de impotencias y rebeldías, de cenizas y fulgores, de desengaños y reconquistas.  Resulta bueno releer a Plutarco que ha dejado testimonio de cómo Platón había arriesgado su vida expresando púbicamente las verdades con su hablar franco frente al tirano Dionisio. Esta forma de enrostrar con razonamientos esclarecedores a los manipuladores de la opinión pública es lo que los griegos llamaban parrhesía. Este término, es bueno que aprendamos para elevar nuestros conceptos. Y mejor resultaría si accedemos directamente a uno de los tratadistas más meticulosos sobre cultura griega, de quien voy tomando lecturas para compartir en nuestro medio que debe elevar criterios y fortalecer principios, conforme lo hizo Montalvo ilustrándose en lecturas de los clásicos.  Este filósofo meticuloso se llama Michael Foucault, quien dictó en 1983 varias conferencias en el Collége de France, y que ahora disponemos en uno de sus  libros que se llama “El Gobierno de sí y de los otros” (2017).

Foucault resultaba obligatorio en las bibliografías académicas universitarias tanto para lingüistas, periodistas  y alumnos de jurisprudencia en la capital colombiana, mientras realizaba mi posgrado. Teníamos que valernos de traductores del francés para acceder a su pensamiento. Tranquilos, acá las cosas van llegando tan solo con 40 años de atraso, como constato con este autor. Miremos no más el título del libro: El Gobierno de sí y de los otros. Esto, aplicado a la democracia, el autor insiste en que un gobernante primero debe ser sólido en sus principios para gobernarse (a sí mismo), y con este fundamento poder gobernar a “los otros”. Un gobernante con principios no debe flaquear ante las presiones de los intereses de sus calculadores. El gobernante “sólido” debe enrostrarles con su verdad a quienes los “descubra” manejando el discurso de la trampa y el engaño, la falacia y el adulo.

Foucault cree que necesitamos una nueva “ilustración” de decir veraz frente al parlamento calculador que ha acostumbrado a un pueblo a vivir del engaño. “Necesitamos de una re investidura de una exigencia de decir veraz”. Para esto, desde luego que estaremos de acuerdo en su afirmación de “partir de un diagnóstico de lo que somos”. ¿Y cómo somos las diversas clases de ecuatorianos? ¿Acaso será que una de nuestras marcas es el oportunismo calculador? ¿Realmente los mejores hombres se postulan para gobernarnos? ¿Se incluye a éstos cuando surge un nuevo esquema de poder? En este punto la parrhesía produce ira porque “con la denuncia sin rodeos habrá de señalarse defectos, vicios y malas pasiones”.

En nuestros decires populares, “los rabos de paja” deben quedar de espectadores cuando un gobierno proponga y crea en la honestidad y en la ética de sus colaboradores. Si la política está desacreditada y la ética es una trampa, primero habremos de esperar que se hable públicamente de los defectos, para reconfigurar la sinceridad. (O)

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