SOMOS HISTORIAS / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

El hombre desde que es hombre cuenta historias, y perdón a los noveleros del lenguaje incluyente, pero no con esto excluyo a la mujer cuando de hecho, es ella la protagonista de este escrito. Si podríamos otorgarle una caracterización general al ser humano sin duda debiera ser la de “cuentista” y no en el sentido peroyativo sino más bien en la de un contador nato de historias. Es que solo nos es imposible prescindir de ellas, desde siempre andamos buscando una y si no la hallamos, la inventamos. Nuestra esencia está tan rabiosa y constantemente sedienta de curiosidad que el contar y escuchar una historia es como beber un trago largo del agua cristalina que mana de un manantial transformándonos en hechiceros de la creatividad y en deslumbrados espectadores que ven explotar mil universos mágicos creados por su imaginación. Sí, tanto somos cuentistas que al estar hechos de polvo de estrellas cada mota constituye una historia.

No obstante, a menudo surgen historias como la que debió soportar Cleopatra quien merced a una legión de malsanos historiadores que no le perdonaron haber reunido en un solo cuerpo belleza, ingenio, audacia y sagacidad, afirmaron que se trataba de una genuina meretriz que quiso envenenar a la mujer de Julio César -su primer amante oficial- cuando ella estuvo brevemente de visita en Roma. Nosotros claro harto sabemos, que Cleopatra surge de las páginas de la historia egipcia como una gran estadista.

O aquella otra en la que una preciosa adolescente francesa de origen campesino fue víctima de una de las peores calumnias de la historia, su nombre: Juana de Arco. Durante la Guerra de los Cien Años, Francia no cayó ante los ingleses gracias a la inspiración de Juana, quien lideró exitosamente el ejército francés y los venció, pero la Inquisición la procesó como bruja y hereje cargando su nombre de injurias y quemándola viva en Ruán un 30 de mayo de 1431. En su afán por enlodar la reputación de Juana de Arco, los ingleses incluso llegaron a afirmar que la joven se vestía como hombre y era buen soldado porque tenía partes pudendas de hombre y mujer a la vez (hermafrodita).

No está mal cambiar un poco la verdadera historia (y si no pregúnteselo a los historiadores y novelistas) si con eso le damos color y vivacidad, pero sobre todo si con eso evitamos que alguien caiga injustamente en desgracia. Lo malo está en pretender torcer la verdad o más aún inventar una historia con alevosa mala fe para causar daño. Se llama calumnia, su motor es la envidia y es el reflejo de nuestra propia ineptitud e inseguridad.

Procuremos esforzarnos alineándonos con la verdad y poniendo en duda el chisme y la especulación hermanos de sangre de la calumnia.

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