¡Sin tribunal electoral! / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión



Las peculiaridades del proceso electoral de Estados Unidos tienen su demostración máxima en la elección presidencial. Técnicamente es una elección indirecta, de segundo grado: el pueblo de cada estado vota por compromisarios, colegio electoral compuesto de tantos electores como senadores y representantes (diputados) tenga en el Congreso Federal; más tres electores por el Distrito de Columbia, asiento de la capital del país. Total 538 electores que, finalmente votan “directamente” por el Presidente.

Un candidato puede obtener la mayoría o minoría del voto popular y perder o ganar la elección en los votos electorales, respectivamente. Bush perdió el voto popular pero ganó los votos electorales suficientes para llegar a la Presidencia. Suena “ilógico” pero es así. El candidato a la Presidencia debe ser estadounidense por nacimiento y residente en el país por catorce años, anteriores a la elección. Los candidatos a senadores, representantes, gobernadores y más cargos en la escala descendente, pueden ser extranjeros naturalizados estadounidenses. Henry Kissinger, alemán de nacimiento, habla inglés con horrible acento teutón, en lugar de “we” dice “vi”; sin embargo fue Secretario de Estado (ministro de Gobierno). El actor Arnold Schwarzenegger, australiano de nacimiento, es gobernador de California. Hay senadores de origen cubano.

Bush y Kerry no fueron los únicos candidatos a la Presidencia. Hubo otros que mediante firmas de respaldo participaron en la elección, con todos los derechos. El candidato Ralph Nader obtuvo el uno por ciento de votos. (Nader alcanzó notoriedad con su denuncia sobre fallas graves en la estructura del automóvil Corvair que obligó a la General Motors a retirarlo del mercado). Los partidos Demócrata y Republicano no se hacen problema por la aparición de varios grupos políticos patrocinadores de nuevos candidatos.

Un aspecto ejemplar de las elecciones en su aprovechamiento para incluir plebiscitos sobre cuestiones grandes y pequeñas, importantes para la comarca involucrada; la prensa no los menciona siquiera. Si un condado (algo parecido a un cantón ecuatoriano) quiere declararse “seco”, – “prohibición total de venta de bebidas alcohólicas”- lo somete a plebiscito. Si los votantes lo aprueban, adiós tragos y borrachos. En EU hay 36 condados “secos” … Felicitación a esos pueblos, réquiem por los chispos.

No hay Tribunal Supremo Electoral. No se gasta un centavo en promocionar la proximidad de elecciones. La Corte suprema de Justicia dirime cualquier problema electoral, su resolución es definitiva. El voto es voluntario. Miles de ecuatorianos, naturalizados estadounidenses, votan. Nadie los menosprecia con la cantaleta criolla: “ustedes no están preparados para tener derecho al voto voluntario.” Y agárrense de la silla, amigos de lectores, en EU se puede votar “por correo”.

Podemos discrepar en asuntos de política internacional con EU, pero en cuestiones electorales hay muchos aspectos positivos que la clase política ecuatoriana debería estudiarlos para introducir reformas éticas en nuestro mañoso sistema electoral.

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