Sin perder de vista el horizonte / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

Cada día que pasa, una nueva sorpresa direcciona nuestras miradas y aviva la memoria de manera que, los hechos que se relatan, que se comentan o que se intuyen, cobran actualidad y confirman la necesidad de no perderlos de vista, so pena de enfrentar -en el corto plazo- mayores pesares y lamentaciones, si en caso los poderes públicos y las autoridades no actúan con la diligencia y decisión que se requiere.

Cuando se da a conocer por medios alternativos de comunicación que, persisten algo así como doscientas y más células o “trincheras de fanáticos” activadas en distintos sectores urbanos de la ciudad capital, dispuestas a desatar la pandemia del caos político, cuando su “lider pulse un botón”, la ciudadanía y la democracia deben necesariamente actualizar la memoria y redoblar mecanismos de prevención y alertas tempranas a tamaño despropósito.

En el norte del continente, dos únicos candidatos pelean a dentelladas los últimos votos electorales y aguardan el desenlace final de una elección, cumplida con gran presencia de electores. Cien millones de habitantes de los habilitados para el sufragio acudieron a las urnas.

En nuestro horizonte, se siguen revisando posiciones, agregando postulaciones y generando espacios extraordinarios para la concreción de nóveles candidatos. Diecisiete millones de personas habilitadas y conminadas a sufragar, repartirán sus preferencias -por el momento- entre doce binomios calificados y probablemente entre diecisiete, vistos los que están en etapa de subsanación, reconsideración e impugnación.

En esta panorámica, marcada por el virus y la colada morada, no podemos perder de vista el horizonte.

Lo que implica “arrimar el hombro” desde un comienzo, para asegurar a los binomios de la segunda vuelta, una vez que los cazadores de diplomas y certificados hayan calmado su apetencia participativa y recapaciten, junto a sus seguidores, en la mejor opción nacional, por no decir -la única- a la que se puede asignar credibilidad, prestancia y confiabilidad.

Alguno de ustedes seguramente dirá (y con razón) que hay más que una de esas opciones. Pues bien, entonces y sin distanciarnos, a juntar fuerzas para de entre aquellas apuntalar a una y solamente una, para qué dirija los destinos de esta nación de gente buena y digna de mejor suerte.

Finalmente, retomando el comentario inicial, invocar a la prudencia, pero singularmente también a la osadía, para tempranamente tomar riendas y sofocar los intentos trasnochados de esos comités de imprudentes defensores del atropello, la corrupción y la diatriba.

Es la hora en que la inteligencia, abandonando el espacio de confort, el trabajo de escritorio, actúe con sagacidad y entereza.

Tiempo al tiempo. (O)

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