SERIE LOS VALORES HUMANOS: AUTENTICIDAD Y DIGNIDAD / Patricio Chambers M.

Columnistas, Opinión

Con el propósito de continuar con nuestras reflexiones sobre los valores humanos, esta vez hemos traído dos cualidades muy importantes: la autenticidad y la dignidad.

Una persona es auténtica cuando es fiel a sí misma, es decir quien vive de acuerdo con sus principios, expresa sus talentos, habilidades y características particulares más allá de cualquier estándar de la sociedad.

Alguien auténtico no puede ser hipócrita, ni pretender mostrarse diferente de cómo es, pues la autenticidad nos habla de lo verdadero en cada individuo, ya que existe plena correspondencia entre su mundo interno y sus acciones externas, entre lo que piensa, hace, quiere y necesita.  Una persona autentica es una persona coherente.

La autenticidad implica una elección, pues debemos elegir actuar como somos realmente y no, como un espejo de otros ni pensando en lo que los demás creen de cada uno. Ser auténtico demanda de un conocimiento de sí mismo.

El gran psicoanalista alemán Erich Fromm, establece para este valor un proceso de concientización integral del conocimiento mismo del ser interior, pues todo ser humano tiene la capacidad de conocerse y de conocer a los demás, a profundidad, de tal forma que pueda desarrollar nuevas capacidades creadoras.

En cuanto a la dignidad, podemos entenderla como aquella cualidad de ser digno como ser humano, pues esta palabra se refiere a lo valioso y a las acciones realizada con auténtico honor.

La dignidad humana tiene que ver con la manera de comportarse de una persona, es decir actuar con respeto a ella misma y a los demás. Es tener conciencia clara de que todos los seres humanos merecemos ser tratados con consideración y cortesía, pero por sobre todo, sabernos parte de una misma familia llamada humanidad.

Quien actúa con dignidad lo hace con caballerosidad, nobleza, decencia, decoro, lealtad, generosidad, hidalguía y pundonor. Ser dignos es revestirnos de buena voluntad, de alegría y de concordia con nuestro entorno, es cubrir nuestros dolores y no estarlos exponiendo innecesariamente ante los demás, es presentarnos ante ellos siempre con una sonrisa amable.

Debemos ser dignos de aquello que la vida nos ha otorgado y de lo que los otros nos han encomendado, para ello hace falta saber actuar conforme a los principios y valores universales que permiten que una sociedad sea un espacio de buena convivencia.

Evitemos actitudes indignas, aprendamos a vivir sin miedo y con autonomía. Tampoco cabe tratos indignos hacia quienes, por su condición personal, al momento no pueden responder ante el nivel de exigencia de un mundo equivocadamente competitivo. No seamos soberbios, porque la soberbia es una forma de vanidad.

Llevemos una vida digna, si esperar beneficios no merecidos, ni premios que no corresponden. La dignidad es el resultado de actuar con valor en la vida, de tener el coraje suficiente para seguir en medio de las dificultades, es saber luchar, pero también renunciar a lo que no nos corresponde.

Sólo con dignidad será posible un mundo nuevo y mejor.

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