República del mérito / Luis Fernando Torres

Columnistas, Opinión

De la grandeza de Atenas y Roma permanecieron, al final, las soberbias columnas de sus majestuosas edificaciones. Llegó un momento en que se apagó la luz en esas dos ciudades y, en lo oscuridad, se perdieron. Quedaron, para la posteridad, su cultura, su pensamiento, sus normas, su arquitectura, su teatro, su literatura, sus hazañas. Pero no quedó ningún ateniense o romano para ser lo que fueron sus antepasados.

Una explicación del colapso de esos históricos pueblos es que llegaron a la cumbre militar, económica y cultural, y sus élites fueron incapaces de mantenerse allí. El conformismo y la comodidad les llevaron a bajar la guardia y a dejar espacios vacíos que pronto fueron ocupados por otros pueblos con élites deseosas de crecer, tener poder y dominar.

Otra razón de la decadencia helénica y peninsular es el ascenso rápido e impúdico de los mediocres a los altos rangos del poder, al haber quedado opacado el mérito como requisito esencial para desempeñar funciones de responsabilidad. Si al comienzo fueron repúblicas del mérito, con el paso de los años se convirtieron en repúblicas dominadas por las aristocracias artificiales y no por las aristocracias naturales.

El Presidente de Estados Unidos, Jefferson, decía que las aristocracias naturales son la base de las repúblicas de los méritos, porque aquellos pertenecientes a ellas se encuentran allí por méritos y virtudes, y no por acomodos derivados de la riqueza y la posición social.

A muchas naciones poderosas les está ocurriendo lo que les sucedió a Grecia y a Roma. Sus élites están conformes en la alta posición a la que ha llegado el país y la excelencia académica ha sido desfigurada como parámetro de mérito y selección. Más importancia se da a la pertenencia a un determinado grupo, supuestamente excluido o discriminado, que a la excelencia, a tal punto que se han flexibilizado los exámenes de conocimiento y se ha reducido el rango de las calificaciones en escuelas, colegios y universidades.

Gracias a los grandes desafíos que los ecuatorianos tenemos por delante, nuestro país no está en la zona de confort, aunque no faltan élites dispuestas a decapitar los méritos en nombre de una falsa  igualdad y de un impostado progresismo. Ecuador debe convertirse en una auténtica república de méritos para poder alcanzar lo que, alguna vez, alcanzaron los grandes pueblos del mundo.

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