Recomendaciones para mantenerse en el poder / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

Haber decapitado al Virrey Blasco Núñez de Vela en Quito en fecha  tan memorable: 18 de enero de 1546, le hacía sentir esa gloria agridulce a Gonzalo Pizarro. Cabalga por las cercanías de Lima como un Cid Campeador ya libre de  moros, por los confines de los Andes. Entre sus inquietudes está eso de sostenerse en el poder en medio de tantas intrigas, sediciones y  caretadas que han traído y desarrollado los nuevos avecindados peninsulares en el Nuevo  Mundo. Sabe que debe dudar hasta de su propia sombra y del engañoso relincho de su caballo. La única cara segura que mostraban era la de su desmedida ambición. 

Tiene en su retina y en sus oídos las vivas y las aclamaciones por su triunfo cuando llegó a esa ciudad codiciada de  Quito a donde antaño había entrado desnudo. ¿La historia dirá que también he sido un bárbaro odiador,  degollador de un Virrey? ¿Qué dirá de los que han hecho mofa de sus barbas muertas arrancadas con todo y pellejo para adornar sombreros? ¿Será que mi destino es ser rey de indios bárbaros? ¡Pero si han sido los blancos apoyados por los indios quienes han demostrado semejante insolencia! 

Es bueno que sepan que yo dispuse que su cabeza cortada fuera reunida nuevamente a su cuerpo abandonado en el campo de batalla, y llevada con honores a la casa de Vasco, Juárez que era caballero principal de Quito. Dispuse  que al siguiente día hiciéramos un suntuoso funeral; al cual  fui vestido de luto. Ojalá se haya cumplido, porque he dejado dispuesto que en el mismo lugar del degollamiento, se fabricara luego una pequeña capilla que se llamará “Capilla Real” para honrar sus huesos y no olvidar mi triunfo.

Ahora me toca hacer un buen gobierno, se dice, y para ser correcto, he hecho ajusticiar a tres habitantes de Quito, porque seis meses antes ya estaban sentenciados a muerte por sus delitos, según informe del Licenciado León. En su memoria está fresca la solemnidad de la celebración de su triunfo con fiestas, torneos y banquetes. Recuerda que para agradecer de manera práctica a su gente, le mandó a Alonso de Mercadillo a que fundase Loja (1546) con el nombre de La Zarza. Claro, esto implicaba el reparto de haciendas y más privilegios.

Todo el viaje de retorno a Lima fue un largo pensar en administrar todos los reinos del Perú. El antiguo socio de la empresa conquistadora del Perú: Pedro de Puelles, junto a  Francisco de Carvajal le habían aconsejado “que se apropiara de la soberanía, rompiendo toda subordinación y aun comunicación con España; que era ya dueño del Mar del Sur y de la única llave del Istmo de Panamá, y que, asegurando con buen presidio y fortalezas aquella puerta, podía reírse de las fuerzas de todo el mundo”. Para ello estaban “las razones de congruencia y necesidad,… le inculcaron sobre la del derecho de conquista, muy superior a varias monarquías y a la de España con don Pelayo.”

Carvajal, El Demonio de los Andes, desde Charcas le había propuesto, para asegurarse en el poder “que hiciese harta y buena artillería, que era la que daba el mejor derecho a los reinos; que para tener contentos a los vasallos, concediese liberalmente repartimientos y tierras; que estableciese grados de nobleza y honores, como en Europa; que para compensar los servicios, instituyese Órdenes de Caballeros y Títulos de distinción y grandeza, como en España; y que sobre todo, se casase con la hija del Inca, a quien los indianos (indios) reputaban por heredera del Imperio, para tenerlos con aquella alianza seguros y prontos a tenerlo de su parte.”

Así, según el claro pensamiento de López de Gómara, secundado por Juan de Velasco, Pizarro “se andaba con la cabeza llena de aire, al considerarse Soberano de casi toda la América Meridional” desde Panamá a la Patagonia.

Pensando en su llegada a Lima por julio de 1546, los gremios no sabían qué títulos darle. Unos decían que era Gobernador; otros creían que ahora Pizarro era el Virrey; los más modernos le creían Padre y Libertador de la Patria (como el que sabemos), y otros decían que era el Soberano del Perú. “Luego (le fabricaron) un arco triunfal para la entrada, derribando muchas casas de la ciudad para abrirle una gran calle hasta el Palacio, como acostumbraron los antiguos romanos en semejantes triunfos. Diez millas antes salió a recibirlo para llevarlo a su palacio don Antonio de Ribera, caballero principal muy rico y lo detuvo algunos días con grandes fiestas y regocijos, dando tiempo a que se previniese la ciudad”. (Velasco, p. 142) Así entró a Lima, convertido por la gente en un hermoso pavo real. Después de haber degollado en persona al primer Virrey. ¿Alguien le recordará como el Primer Padre de la Patria?

Deja una respuesta