¿Qué nos pasó? /Esteban Torres Cobo

Columnistas, Opinión



La pintura de Quito es la de una aldea en el Medio Oriente. Una de Siria, de Afganistán o de Siria. Humo por doquier, piedras y ollín. El centro histórico se encuentra desmembrado y manchado. Sin alma. 

En Ibarra las filas de gente para llenar su botellón de agua se cuentan por cuadras. En Ambato, doscientos noventa mil ciudadanos no tienen agua. Se les acaba el gas doméstico y han escuchado y visto intermitentemente radio y televisión local. Miles no pueden viajar de un destino a otro. No pueden visitar a sus familiares enfermos, enterrar a sus seres queridos o reencontrarse con sus hijos. Amenazan con cortarles la luz. 

Nadie ha tenido paz. En las turbas de Quito, encapuchados reparten billetes a los manifestantes para que ataquen a policías, militares y para que invadan barrios y urbanizaciones. Queman el edificio de la Contraloría, el canal Teleamazonas y el periódico El Comercio. Derriban árboles de las calles y destruyen las estaciones del Metro. Asustan a las madres que se encuentran convalecientes todavía con sus hijos recién nacidos en la Maternidad Isidro Ayora. 

Esto es barbarie, no país. Es pérdida, no ganacia. Es terrorismo, sedición y destrucción. No es protesta. No es paro. Es golpe de Estado. Es juego politiquero desestabilizador. Es vergüenza. Es rompimiento. Es atraso. Qué pena por el país. (O)

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