Por las tierras de Jesús / P. Hugo Cisneros

Columnistas, Opinión

Estamos  a  un  mes  de  la Navidad  de  Jesucristo  y como  signo  de  gratitud a Dios  y  muchos  hermanos  y hermanas  que  hicieron  posible      mi peregrinación  a  «Tierra  Santa»,  a  la  Tierra  de  Jesús,  quiero  compartir  algunas  reflexiones  que  hiciera  en  dicha  peregrinación  al  visitar  los  diversos  lugares  que  encierran  la  memoria  del  paso  del  Hijo de  Dios  por  tierras  humanas. 

Para  acercarme  a  las  tierras  de  Jesús  tuve  necesidad  de  revestirme  de  un  gran  espíritu  de  fe,  pues  al  contemplar  los  espacios, lugares, los escenarios de Israel, Palestina, Egipto no podía quedarme en superficialidad del paisaje, del monumento, de las ruinas, de los recuerdos, tenía necesariamente que recurrir a la fe y «creo que Jesús, Hijo de Dios encarnado, pasó por estos lugares. Sólo entonces viene no solo a la memoria, sino al corazón todo el cuadro que nos pinta El Antiguo Testamento, los Evangelios y las Sagradas tradiciones.

A la luz de la fe, todo toma vida, todo adquiere sentido y nuestros comportasmnientos dejan de ser de un simple turista y pasan a ser gestos y signos de una verdadera peregrinación. Experimenté un sentido nuevo de nuestra peregrinación terrena. Cómo reafirmé mi convicción de que todos somos peregrinos por las tierras humanas como Jesús y recordé, a la luz de la historia del pueblo de Israel que peregrina, a la luz de las peregrinaciones anuales que Jesús hacía a Jerusalén, que la naturaleza del hombre es ser peregrino: hombre de paso, hombre que va hacia “tierras prometidas”, hombre de transitoriedad, hombre que tiene que hacer de esta tierra la construcción de los “cielos nuevos y las tierras nuevas prometidas”(Apc), hombres terrenales con destino a ser hombres celestiales (Pablo).

En ese pasar por las tierras de Jesús valoré el sentido que tienen las palabras de Pablo “miren las cosas de allá arriba”, o aquellas de Jesús “afánese por las cosas que valen pues los que”pierden su vida por mí, la ganarán, pues donde está tu tesoro está tu corazón. Qué grandes somos al saber que nuestra peregrinación, la triste peregrinación por los desiertos del hombre adquieren sentido y valor porque siempre está un cielo abierto sobre nuestras cabezas invitándonos a llegar a la grandeza y plenitud de Dios y de su trascendencia, una invitación a bañarnos de su luz. Nunca había alzado tanto los ojos al cielo como lo que hice por las tierras de Jesús.

Cuando nos venía el cansancio y me sentaba sobre algún vestigio histórico, piedra roca, o simplemente el suelo, se me apoderaba un sentimiento de culpa pues creía ofender el recuerdo, creía dañar el sentido de aquello que guardan dichos signos que me servían para el descanso, entonces recordé que ningún peregrino “que descansa” llega. El peregrino por las tierras del hombre es un ser que camina siempre, no conoce el descanso porque no es su cuerpo que se para, o descansa, es su vida y la vida nunca se para porque entonces son sus aspiraciones, son sus ideales los que muren. (O)

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