Perpetuación del poder / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión

Aristóteles tenía muy claro la concepción de  que todo sistema político busca perpetuarse  como uno de sus principales objetivos. Los gobernantes desean mantener a toda costa la situación  como está,  pues así suponen que estarán a salvo y que podrán alcanzar las metas prefijadas en sus “programas”.

Por eso, entre los métodos de perpetuación  de los diferentes estados, Aristóteles señala uno típico de los sistemas dictatoriales: “cortar las espigas que sobresalen”.

La idea no es original de Aristóteles. Simplemente la presenta como un consejo de Periandro (tirano de Corinto), de Trasíbulo (tirano de Mitilene): hay que “cortar las espigas que sobresalen, queriendo significar que se debe suprimir siempre a los ciudadanos que se destacan”.

Parece que la idea ha seguido viva a lo largo de la historia en ambientes no solo políticos. Si alguien quiere el poder absoluto, si desea realizar sus proyectos revolucionarios o reaccionarios   buscará abatir a los opositores, sobre todo si tienen prestigio, si brillan por su claridad  mental y su integridad moral.

No sólo eso. El amante de la tiranía eliminará a quienes podrían ensombrecerle de algún modo. Por eso siente recelo de cualquiera  que empiece a dar señales de inteligencia, de honradez, de liderazgo, aunque todavía no haya manifestado ninguna oposición hacia el manda más de turno.

Leer textos de un mundo como el griego, separado de nosotros por siglos y siglos de distancia,  permite descubrir cómo el ser humano conserva mecanismos de maldad que se repiten a lo largo de la historia. Aunque también nos devela cómo, gracias a las excepciones,  ha habido y habrá hombres y mujeres como la imaginaria Antígona,  el misterioso Sócrates, y como tantos opositores a las tiranías de todos los tiempos, que supieron y saben arriesgar su propio bienestar para denunciar despotismos malignos.

Qué sería del mundo, que sería de los pueblos que luchan por sobrevivir, si no fuese por las máximas  sabias de mentes extraordinarias que desde su aparición en la tierra  dejaron pautas que deberían conducir a la destrucción de la ambición desenfrenada, de la avaricia,  de la corrupción,   y su reemplazo por   caminos más humanistas, más justos.   Por ventaja, en medio de la barahúnda política   en la que se desenvuelve el mundo político de hoy,   existen  mentes excepcionales que pregonan –como antaño-  frenar la crueldad de la codicia modernista. (O)

 

 

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