Pensemos en la familia / P. Hugo Cisneros

Columnistas, Opinión

LECTURAS DOMINICALES


Hoy la liturgia católica nos invita a ponemos delante del misterio de la familia de Nazaret para encontrar en ella lo que falta en nuestros hogares para que sean en realidad una familia. Comparto aquello que tengo registrado en mi libro escuchemos y vivamos la Palabra de Ediciones San Pablo.

La familia espacio para la interrelación

En estos días que todos respiramos los aires navideilos es bueno que la familia cristiana se acerque al Pesebre de Belén y contemple esa realidad histórica, misteriosa y de fe para descubrir en ese “escenario vivencial” aquel elemento que la constituye y la define: el mundo de su interrelación: José y María, Jesús frente a ellos y ellos, los padres, frente a su hijo único y especial, dejando intuir lo que hubiera sido la relación de Jesús con sus hermanos.

La familia, bien constituida, ofrece esos espacios de interrelación y es garantía de la realización de las personas dentro de su seno porque responden a un elemento de su constitución fundamental de seres humanos: seres llamados a la relación interpersonal.

La relación esponsal

La relación que mantienen José y María es una relación de esposos. El haber formado familia les ha revestido de su condición de esposos, de marido y mujer. La relación que establecen es una relación que rompe sus soledades y se convierte su vida en una vivencia de comunidad de personas, de historias hasta ser «una sola cosa» (Cf. Gn. 2. 24). La relación esponsal que mantienen José y María se vuelve en un signo que realiza la alianza de Dios con su Pueblo, con la humanidad. Definitivamente en José y María, Yavé hace historia y realidad su promesa de «ser Dios y la humanidad su pueblo». Dios se «casa con la humanidad» en la relación esponsal de José y María. José se convierte en el medio más adecuado y único para que la promesa mesiánica se cumpla dentro de la “estirpe de David», para ellos tenía que ser «esposo de María». La relación esponsal de la pareja de Nazaret es fiel, solidaria, virginal; es decir íntegra, total, cristocéntrica, porque la razón de su relación esponsal característica es Cristo. La relación esponsal de José y María les hace personas que saben sobrellevar mutuamente sus vidas, sus tareas, sus éxitos, sus fracasos, sus momentos de dicha, sus momentos de desdicha. Es un amor fecundo pues virginalmente nos dieron al Salvador, al Dios con nosotros.

La relación paterna

Leyendo el evangelio de este domingo descubrimos esta nueva dimensión de la relación entre José y María frente a su Hijo Jesús. Es otro tipo de relación cualitativamente distinta a la anterior. Aquí José y María establecen una relación de paternidad. Ellos se «identifican», ante Dios, la sociedad, ante el mundo de la posteridad como «padres de Jesús». ¿No es hijo de José el carpintero y María no es su Madre?, dirán en más de una oportunidad los paisanos de Jesús.

La relación de paternidad, José y María, la traducen en un amor muy tierno a su Hijo, basta ver el pesebre de estos días. La relación paternal sobre todo la saben vivir en una actitud de presencia y asistencia a Jesús en su proceso de crecimiento humano. Ellos siempre, como padres, acompañaban el crecimiento de Jesús-Hijo que crecía «en sabiduría, edad, en estatura y en gracia» (Luc. 2,41). Ellos como padres «agradecían la presencia de su Hijo-Palabras que habitaba en medio de ellos». Si es verdad que buscaban como padres «enseñar a su Hijo, también aprendían de El». María yJosé construían la unidad familiar, en su relación paterna, gracias al amor que habían hecho «ceñidor de la unidad» (Col. 3, 12).

La relación filial

Jesús sabía lo que significa tener una relación «filial». Es »hijo de Dios» a quien nos enseñó a llamarle Padre (Abbá). Tal era su identificación filial con Díos Padre que «hacer su voluntad se constituía en su alimento diario».

La experiencia filial con su Padre era de «naturaleza», pues el Padre y Cristo eran una sola cosa y nada de lo que hace el Hijo desconoce el Padre y nada de lo que es el Padre desconoce, el Hijo. Cristo, sin embargo, necesitó un espacio humano para «aprender a ser Hijo del hombre». La familia de Nazaret es el espacio para que Jesús descubra, construya y viva su relación filial de hombre y sea en verdad el «Hijo del Hombre». La obediencia de Hijo que le llevó hasta la muerte de cruz, Jesús la aprendió en su familia. La corresponsabilidad en el trabajo que sostiene la vida, la aprendió Jesús en el seno de su familia. La dependencia filial; la hizo realidad en su hogar, pues «bajó con ellos y siguió bajo su autoridad» (Evangelio). El hacer suyos Ios valores morales y espirituales de sus padres, lo pudo realizar en su familia que se constituyó en la escuela para su vida. Ser Hijo es aprender a ser discípulo de sus padres de su familia. Ser Hijo fue para Cristo una experiencia singular: «El que es el Amor eterno, aprendió a amar humanamente, en su casa». «El que es justo, en su hogar aprendió a saber poner los asuntos en su puesto», cada cosa en su lugar: «¿No sabíais que debía estar en los asuntos de mi Padre?». Ser Hijo obligó a Cristo asumir sus responsabilidades de casa, cuando faltó su padre virginal, José. El Hijo de Dios, aprendió en la familia de Nazaret a tener una relación filial para constituirse en el verdadero Hijo del hombre». (O)

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