Midiendo nuestra huella hídrica /Ing. Patricio Chambers M.

Columnistas, Opinión



Es muy probable que muchos de nosotros hayamos escuchado el término “huella ecológica”, cuya aplicación tiene como propósito medir el impacto del consumo de recursos naturales renovables comparado con la disponibilidad de éstos en la naturaleza.

Es decir que la capacidad de satisfacer las necesidades de las personas depende de los bienes y servicios que la naturaleza puede proveer, lo cual necesariamente se relaciona con los hábitos de consumo de la población, el nivel de ingresos, el comercio de materias primas, manejo de residuos, e inclusive, el crecimiento demográfico.

Desde el año 2011 el Ministerio del Ambiente del Ecuador mide este indicador con el fin de determinar si los ecuatorianos vivimos o no, dentro de límites ecológicos adecuados.

Dando un paso más allá nos encontramos con otro indicador de suma importancia. Se trata de la “huella hídrica” al cual se lo define como la cantidad de agua dulce que hace falta para que una persona pueda alimentarse, vestirse, trasladarse de un sitio a otro etc. en fin, para desarrollar su rutina diaria.

Todos los bienes que empleamos cotidianamente consumen, de forma directa e indirecta, un determinado volumen de agua en su proceso de producción. Esto es lo que precisamente en términos de sostenibilidad se denomina huella hídrica.

En nuestro país desde hace apenas unos años, instituciones públicas como la Empresa de Agua Potable de Quito junto a empresas y organizaciones privadas, se encuentran manejando este concepto bajo la idea de reducir al máximo el consumo innecesario del líquido vital.

Esto cobra importancia al descubrir que Ecuador es uno de los países en América Latina de mayor consumo de agua por día, siendo por tanto indispensable un cambio en nuestros hábitos, pues del 100% de agua existente en el planeta apenas el 0.025% es potable.

A ello se suma la paradoja del Covid-19 pues por una parte para evitarlo hace falta lavarse las manos continuamente y por otra, utilizar mayores cantidades de agua, afectando así a la disponibilidad del elemento vital.

En fin, hay que tomar conciencia sobre el uso racional del mismo.

El concepto “huella hídrica” fue acuñado en el año 2002 por los investigadores de la Universidad de Twente (Países Bajos), Arjen Hoekstra y Mesfin Mekonnen, quienes establecieron esta variable para obtener información sobre el consumo real de agua y los usos que hacemos de ésta, desde las fuentes superficiales y subterráneas pasando por toda la cadena de producción y distribución hasta llegar al producto final.

Para calcular su valor hay que partir midiendo el volumen (litros o metros cúbicos) de agua consumida, la que ha sido contaminada y la que se ha evaporado en el proceso de producción.

La huella hídrica es así el resultado de tres indicadores, divididos en colores, en función de la procedencia del agua: huella hídrica verde (precipitaciones retenidas en el suelo), huella hídrica azul (ríos, lagos y acuíferos) y huella hídrica gris (necesaria para que el medio receptor asimile los contaminantes vertidos). (O)

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