Dos vertientes de un único amor / P. Hugo Cisneros

Columnistas, Opinión


El “discurso del amor”sigue siendo místerioso e incomprensible para la mayoria de los seres humanos, a tal punto que todo error, toda equivocación a todo nivel es por falta del amor, o porque no sabemos amar y expresar nuestro amor. Es hora que aceptemos 1 que lo que define al hombre es el amor, lo que salva al hombre es el amor, lo que le asemeja a Dios es el amor.

Comparto mis reflexiones que tengo registradas en mi libro “Escuhemos y vivamos  la  palabra» de ediciones San Pablo.

Existe una característica que define al hombre: el amor. Ninguna criatura de la naturaleza puede atribuirse algo como el amor, es exclusivo del hombre. Es derecho irrenunciable, el «amar y ser amado». El amor es algo que ,1. nace y crece en el interior del hombre. Toda expresión tiene valor y sentido sólo cuando traduce esa riqueza interior que se llama amor. Hoy, a la luz del mandato de Cristo, queremos meditar sobre el único amor que mueve al hombre, pero que se traduce en dos vertientes: el amor a Dios y el amor al prójimo.

Primera vertiente del amor: Dios

Sorprende ver cómo el hombre quiere negar su «tributo a Dios», por medio de una relación de amor. No hay que olvidar que el hombre sin Dios es «incompleto» y corre el riesgo de no llegar a su realización total, El hombre sin Dios no existe, no tiene razón de ser, es un «sin sentido», un «absurdo». La primera vertiente del amor del hombre, tiene como destino Dios. La relación amorosa que establece el hombre es una relación exclusiva y total: con todo su ser. Esta relación de amor engrandece al hombre, lo hace más digno, lo hace capaz de superar sus limitaciones, sus errores; sus pecados. Relacionarse con Dios, en el amor, es aceptar que Dios «es quien ama primero» (Jn). El amor que damos a Dios no admite «mediacio­nes», es directo y exclusivo. Es un amor que sale del interior: toda tu alma y todo tu corazón, dice el Evangelio. El amor que define nuestra relación con Dios es permanente, por­que es de vida o de muerte: »El que no ama ha muerto» (1 Jn 3).

El hombre, «añorando» este tipo de la relación amorosa que debe a Dios, busca otro tipo de relaciones: devocio­nes, religiosidades, hasta supersticio­nes y brujerías. Pero la verdadera rela­ción de amor realiza al hombre, lo dignifica, lo hace grande. (O)

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