ME HASTIÉ DE LA POLÍTICA / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

Sin temor a equivocarme, llega un momento en que usted, yo, y millones de ecuatorianos sentimos hastío y repulsión por la política. No en pocas ocasiones abrigamos la imperiosa necesidad de alejarnos de ella, de no saber nada, de apagar el televisor, la radio y cerrar el periódico, de hacer cualquier otra cosa menos enterarnos de las noticias. En algún momento de nuestras vidas sabíamos que por sanidad emocional debíamos hacerlo, de lo contrario, luego de ‘informarnos’ de tanta podredumbre, era inevitable terminar acumulando amargura, impotencia e ira y lo que es peor, por cosas ajenas que podían incluso afectar la armonía familiar.

Yo lo hice, ya casi no veo noticieros y he soltado el hilo que arrastraba la política tras de mi, y de lo único que me arrepiento es de no haberlo hecho antes. No obstante, no dejaré de hablar de ella, y no lo haré porque creo y siento que mi aporte semanal en algún momento podría cambiar (si no lo ha hecho ya) la visión de alguien que aún vive enceguecido por la utopía del Socialismo del Siglo XXI, o al menos eso espero. Creo que como parte de los honestos, es mi deber taparme la nariz, seguir enterándome de incontables cochinadas y analizarlas desde esta trinchera (tampoco les vamos a dejar muy fácil); aunque intentaré también, lo confieso, alternar mis columnas con facetas menos repugnantes.

En principio -de lo cual son ya varios años atrás-, uno mantenía con ingenuidad la esperanza de que seguramente esta pesadilla de la corrupción podía corregirse, pero pasa el tiempo y lo que ha hecho es empeorar, tanto, que desde hace quince años la corrupción ya no es solo corrupción, ahora además es soezmente abierta, descarada, avezada y consecuentemente sin parangón en la historia nacional; como la de aquel estudiante que copió su tesis de ingeniería y cuando candidato a vicepresidente de la República se descubre tan grosera vileza, igual gana las elecciones; años después este mismo personaje, ahora prontuario y exconvicto sale libre irregularmente de la cárcel y en sus primeras declaraciones en tarima dice que “no tiene ni un átomo de arrepentimiento y que lo volvería a hacer una y mil veces”; o como cuando su excontralor prófugo y preso en los EEUU tiene el dinero suficiente (y la osadía también) para negociar su libertad condicional impuesta en más de diez millones de dólares; o con el líder de la banda, aquel expresidente también prófugo de la justicia quien cobraba millonarios sobornos y que sin embargo detenta un abrumador apoyo electoral.

Eso y mil corruptelas más de este calibre son demasiado, anímicamente uno termina asqueado y deshecho, con ganas únicamente de mandar todo a la mierda y esbozar en cada uno de ellos un casi inaudible pero muy sentido “qué hijueputas”.

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