Los vivos y los ingenuos / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión



Sobre la secta Pare de Sufrir, encuentro en el Internet brasileño detalles realmente sorprendentes. La secta tenía personal especializado para investigar la situación económica de sus seguidores. Cuando detectaban un candidato adinerado o con propiedades valiosas, venían las sesiones de hipnotismo; lavaban el cerebro del incauto: “En el cielo no necesitas nada material. Es mejor que dones a nuestra causa toda tu riqueza para asegurarte un sitio privilegiado en la eternidad.”

Los incautos caían en la trampa, quedaban en la calle. Sin embargo, ayudaron a difundir el ‘requisito’ indispensable para la vida eterna. El dinero marchaba a los paraísos fiscales de las diversas islas del Caribe. El negocio era de tal magnitud que la secta entrenaba ‘administradores’ para otros países. La estrategia produjo millones de dólares.

Miles de sectas pululan por todas partes; también en Ecuador. Se afirma que en nuestros pagos “existen más de mil sectas”; (Las Sectas en Ecuador, pág.138). Inclusive se habla de sectas ‘inventadas’ por individuos que han descubierto un medio de vida más fácil que trabajar. Todo es cuestión de arrendar un ‘local’, colocar un letrero Iglesia de Salvación, una docena de sillas, pregonar el fin del mundo a la vuelta de la esquina; el negocio marcha.

En las tertulias de café, escuche lo siguiente: “Las sectas más fuertes provienen de Estados Unidos, donde se encuentran los mandos supremos. Solo el poder económico puede explicar su esparcimiento y la construcción ‘inmediata’ de veintenas de templos en América Latina”. De mi cosecha agregó, ¿no será una manera de controlar a los pueblos; mantenerlos sumisos, aceptar los sufrimientos de la pobreza, del subdesarrollo, bajo la oferta de la salvación eterna, garantizada, exclusivamente, a los ‘afiliados’ de la secta Equis? La esperanza de alguna promesa sobrenatural como alternativa única a la desesperanza terrenal.

Si estamos convencidos de nuestra religión, la ‘salvación’ llegará después de una vida conducida con apego a preceptos morales, éticos, sobre el amor al prójimo y el respeto al Gran jefe que, desde el infinito, observa nuestras acciones, con la tarjeta celeste en una mano y la roja en la otra; listo a premiar o castigar a los marchantes comunes… el instante que entreguemos las herramientas. (O)

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