Lecturas urgentes sobre el ecofascismo / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

“ES sabido que desde el siglo XIX las grandes potencias comenzaron a preocuparse por los recursos naturales, habiendo comprendido que su supervivencia estaba ligada al control de estos recursos. Con todo su desarrollo industrial, Suiza agotó a principios del  siglo XX todas sus fuentes de energía hidroeléctrica y comenzó a importar petróleo. España carece de hidrocarburos. Más del 80% del suelo de Suecia es piedra. Lo mismo sucede con Noruega. Dado su inmenso consumo, Estados Unidos depende no solo del Medio Oriente, sino incluso de países de América Latina. El África ecuatorial y Eurasia para abastecerse de materias primas.  Apoyándose en Malthus, los ideólogos de las grandes potencias encontraron como respuesta a sus problemas el consabido estribillo: si el crecimiento poblacional es superior al de los recursos, hay que disminuir la población, cuyo exceso realiza un “despilfarro” de los mismos amenazando a “toda la humanidad”. Por ello, para no esperar a que las guerras o las epidemias restablezcan el equilibrio, sería mejor proceder antes, limitando conscientemente la reproducción de todos aquellos cuya vida constituye un inútil despilfarro de recursos. Se hacía necesario enfrentar la necesidad de control poblacional del Tercer Mundo como un problema propio…”(p.39).

Tremendamente lúcido este periodista del Cono Sur, Jorge Orduna, que nos alerta sus reflexiones desde su libro Ecofascismo, producto de la editorial Planeta, s.f. pero de circulación reciente. No estamos lejos de entender los propósitos de lo que estamos viviendo en esta última pandemia. En nuestro medio tungurahuense, con tremendos técnicos en desarrollo agrícola y en emprendimientos, nadie ha comentado siquiera que ahora los cultivos de papa solo producen matas, ramas sí, pero cuando se las arranca y se quiere “cavar” la tierra, no hay nada. Si alguien ha fumigado, cosecha un mínimo de producto. Lo digo por experiencia propia. Entonces viene el comentario con la vecindad y solo queda el testimonio de que de un cantero solo sale máximo un canasto, cuando en los buenos tiempos esto se cosechaba en un solo “huacho”. ¿Qué técnico ha dicho “pío” al respecto? ¿Y las siembras del maíz? ¿Se siembra para que solo hagan mata? Nunca antes se fumigaba el maíz ni el fréjol. ¿Quién hizo este milagro de la semilla certificada? ¿Qué universidad nuestra explica los resultados de esta manipulación genética? Pero son encumbrados burócratas llenos de maestrías. ¿Y los ecologistas? Cuidando los recursos  que les interesa a los “desarrollados”.  Hablando y actuando ciegos o entregados a la inversión extranjera que tanto claman los ideólogos que piden a gritos que venga  la “protección” de las potencias.

¡Ah! Que en el mundo siempre sobreviven los mejores, como en los animales. Señor Darwin. Así entonces los pueblos desarrollados son los que deben quedarse de dueños del mundo. Los subdesarrollados están destinados a morir de hambre.  “El hombre, argumentaban, debe hacerse cargo del poder para dirigir su propia evolución, impidiendo la multiplicación de los inferiores y favoreciendo la reproducción de los superiores” (p.20). Al parecer, nadie se ha dado cuenta que los ecologistas nuestros, los ecologistas criollos, son los primeros vendidos a los intereses de quienes se sienten dueños de la naturaleza y sus recursos, y que estas organizaciones fueron creadas y financiadas para ello. (O)

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