Las capullanas / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

Tengo mucho capricho en conocer a la capullana de Pariñas. Todos los indios han dicho que no saben si son más bellas que terribles; que son hechuras de mar y arena, con arrecifes y bahías para las balsas del amor. Dicen que ellas viajan niñas en las conchas que  se reserva la mar océana, y que se van por los caminos que deja el sol desde las playas  hasta sus aposentos, para que, por el tendido camino de agua, las capullanas que salen del desierto abran las puertas de oro de las alcobas sagradas,  donde enardecido de amor, el dios sol ha de dormir con ellas mecido por las olas. Dicen que ellas buscan sus encuentros cuando la tierra de Talara les dice que salgan a entregar su primera sangre a ese su dios que es el dueño de todas las fecundidades. 

Vayamos a conocer las puertas de la fertilidad.

Comenta el tal Pedro de Halcón: Me han dicho que los alcatraces de plumas blancas y de picos recios  enseñan a las capullanas sus danzas rituales cuando entran a sentir la fuerza de su pacífico mar entre sus piernas. Que ellas abren sus alas cuando quieren atrapar el acumulado amor que traen los navegantes. Dicen que comercian con  los ojos azules y amarillos de sus pájaros y que lo entregan a sus dioses, como si fuesen perlas que miran el futuro.

Me han dicho que comen maní con caracoles, y que a veces prefieren los que tienen el sabor del oro para engalanar sus pechos salpicados de espóndilus. 

Pedro de Halcón dice que ha visto a una capullana oteando el horizonte cuando pasaban por el desierto de Sechura. Dice que era similar a las que ya habían visto en  Jama.

Francisco Pizarro dice que les tiene recelo porque el amor siempre tiende sus trampas, las que son armadas por el diablo cuando aparece en mujeres bellas. Todos han visto que las sábanas de arena se ondulan insinuantes bajo los apetitos de la brisa costera. Sienten los tripulantes que su bergantín se infla de misterio a sabiendas que las balsas indias se arrebañan y anuncian la llegada de dioses perdidos por el mundo.

A Pizarro le han dicho que “Estas capullanas, que eran las señoras en su infidelidad, se casaban como querían, porque en no contentándolas el marido, le desechaban y casábanse con otro…” Pizarro ha empezado a tenerlas miedo y dice que duda en tener tratos con tan insignes señoras y cacicas. ¿Cómo podré contentarlas? Se dice en sus adentros, pensando en lo que lleva de huesos debajo de su armadura. ¿Le mostraré mi espada a la capullana y le diré que es el arma de mi vida y de mi suerte? ¿Qué pensará ella de mi barba de capitán? ¿Le contaré de mis dotes de recio cabalgante? ¿Estará curiosa por mi lengua?

Pedro de Halcón le dice a Pizarro que quiere ir él a explorarla en son de paz. Que le traerá noticias a la nao en la que el Capitán debe esperar  hasta que vuelva. (O)

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