La verdadera gratitud / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión

¿Cuantas veces al día decimos gracias? Las decimos cara a cara, por teléfono, por correo electrónico, con SMS; muchas veces lo hacemos de forma automática, casi sin darnos cuenta. La pregunta sería: ¿Cuántas de estas veces somos capaces de mostrar la verdadera gratitud? ¿Será que, muchas veces, el agradecimiento es una “carga” y todos tendemos a librarnos de ella? o ¿Será que, a veces, recibimos hasta lo que no merecemos y entonces lo agradecemos pocas veces?

Hay una gran diferencia entre dar las gracias y mostrar nuestro agradecimiento. Dar las gracias es una respuesta espontánea, automática, un convencionalismo social que por educación y por cordialidad hacemos de oficio. Es una expresión que ante algo que han hecho por nosotros cierra el círculo, pero a menudo lo cierra en falso. Porque hecho el formulismo, podemos pensar que ya hemos agradecido lo que hayan hecho por nosotros y puede que esta impresión no sea cierta en absoluto. Hay muchos «gracias» que saben a pura hipocresía, de esos que uno ya descubre con solo oírlos que no hay detrás de ellos ni la más mínima intención de gratitud.

Mostrar nuestro agradecimiento va mucho más allá de pronunciar la palabra mágica y sobre utilizada «gracias» porque su utilización automática (más decenas de veces al día) la ha vaciado de contenido. El reto es: ¿cómo podemos hacer sentir al otro que le estamos agradecidos de verdad? ¿Cómo podemos mostrarle que ocupa un pequeño espacio en nuestro corazón y en nuestro pensamiento? ¿Será necesario encontrar nuevas formas de mostrar a las personas el sentimiento de agradecimiento auténtico más claro que las palabras mostrándole a la otra persona que realmente valoramos y apreciamos lo que ha hecho por nosotros o lo que nos ha dado?

Un filósofo americano, basado en su experiencia vital, aseguraba que, dar las gracias es el mejor antídoto contra la depresión: ayuda más a quien las da que a quien las recibe, porque lleva a la persuasión de que todo es un regalo, incluida la propia vida y la vida de los demás. En este sentido, puede decirse que quien da las gracias, aunque sea empleando las fórmulas más habituales, se lleva siempre el premio, pues su corazón se ensancha hasta llenar de sentido comunicativo los convencionalismos sociales. El dar las gracias nos hace mejores y, por supuesto, ayuda también a quien las recibe. Aunque digamos “no me des las gracias”, muchas veces nos confunde y nos molesta que “al menos, no nos den las gracias”. Se dice que quien agradece, crece y que el agradecido mira siempre grande el favor que recibió. No se parece en nada a los compromisos insinceros y pagos de favores llenos de falsedad y apariencia de la disfrazada alcurnia.

Así mismo recibir el agradecimiento por algo que hemos hecho es ciertamente agradable, grato y es bueno que lo disfrutemos. Cada mensaje de gratitud que recibimos nos ayuda a entender que ayudar nos ayuda y no solo es necesario sino extremadamente valioso para mantener nuestras relaciones. Pero no debemos necesariamente contar con ello, y sobre todo no debemos depender de ello ya que nos exponemos a constantes frustraciones. Ya lo dijo Carnegie: «Esperar gratitud de la gente es desconocer la naturaleza humana» A veces decimos que la razón de no mostrar gratitud es que no somos expresivos pero la mala es que las emociones no conocen de razones…Demos, entonces, siempre muestras de gratitud. Y, por supuesto, muchísimas gracias de todo corazón por leerme. (O)

 

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