La urbe violenta/ Guillermo Tapia

Columnistas, Opinión

La semana pintaba soleada y de pronto oscureció. Unos cuantos indígenas, prevalidos y violentos, cómo y de aquellos “octubrinos del año pasado”, acompañados de cuatro o cinco corifeos vandálicos e insolentes, escudados ahora en las mascarillas, en unos cuantos palos, cadenas y combos -mientras- los más visibles, rostro descubierto mostraban sus mandíbulas a los mil vientos, para intentar contagiar su desazón, buscando en la trifulca ser plenamente identificados para que, visibilizados, los demás hablen de ellos.

Según los vociferantes, la causante de ‘tamaña insolencia` en contra de la ciudad, era nada menos que “Isabel La Católica” -autora del genocidio que ahora ellos pretendían reivindicar- la que miraba imperturbable desde su postura de bronce, a pie firme, colocada sobre una explanada rodeada de agua, resistiendo el embate de los “violentos” que intentaban, sin conseguirlo, echar por los suelos a la estatua, después de haberla cubierto de pintura roja.

En tanto, la urbe, ausente de autoridad local que marque y precautele las líneas de conducta y de respeto a los monumentos y más bienes patrimoniales y públicos, se mostraba en la lente de una cámara que indiscretamente enviaba las imágenes del movimiento gesticular y pretencioso que intentaba trasquilar a la historia, hablando de genocidio, para reposicionar otra, afincada en una titularidad y pertenencia que, la vida, se ha encargado de modificar de manera tal que, ahora esas tierras reclamadas pertenecen a 17 millones de habitantes de todo un país y no a una tribu en particular, ni a un ayllu o a una sola comunidad territorial ancestral.

Desde estas líneas jamás reivindicaré la violencia, provenga de donde provenga, y menos, mucho menos, como parte de la audacia y la fantochería de exhibirse, en paralelo, para pretender cosechar en tiempo de siembra, con hoz y martillo, en lugar de aportar a la reconstrucción nacional con arado y semilla.

La política y la democracia demandan cordura y racionalidad, no imposición de unos pocos por sobre todos los demás. Aquellos, están llamados a meditar con paciencia y urgencia, en los desatinos en los que han emprendido, porque ahora, ya no es el tiempo del pasado octubre19, ni los escenarios son los mismos, ni la buena voluntad de la gente estará abierta -como antes- a proteger desmanes de ninguna naturaleza.

Volviendo a la ciudad, algunos diremos: ¡Qué falta hace un alcalde y un concejo! que ponga de una santa vez freno a estos abusos en contra de Quito, el País y su historia. ¡Qué falta hace un Ministerio Público! que de una buena vez proceda a la indagación previa de los delitos cometidos al medio día de hoy por un par de dirigentes indígenas que se creen estar por encima de la ley.

Por cierto, que esta mención se asuma como un exhorto a la autoridad para que actúe con diligencia.

En la jornada previa a la conmemoración internacional del día de la prevención de riesgos y desastres, en el aniversario de lo que antes se llamaba el Día de la Raza, y hoy, de la Resistencia, la intolerable expresión de la reivindicación vandálica, no es sino un anticipo de lo que mañana -precisamente- se quiere evitar, los desastres, no solo naturales, sino también antrópicos y políticos.

Para superarlos, es necesario que aflore la resiliencia de la Nación. (O)

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