La sede del dolor/ Klever Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión

MEDICINA INTEGRATIVA ORIENTAL


Casi todas las alteraciones del cuerpo pueden causar dolor. Este tiene calidades (punzante, quemante, continuo, etc.) y, puede ser local, tener la capacidad de irradiarse de una parte del cuerpo a otra o ser referido (reflejo). La intensidad mínima de estímulo que desencadena su sensación, aplicado por largo tiempo se llama “umbral doloroso” y las reacciones, tanto reflejas como psíquicas (angustia, ansiedad, llanto, etc.) que tenemos cada uno de nosotros ante éste, varía enormemente.

¿Qué queremos transmitir cuando decimos “me duele”? ¿Qué podemos hacer cuando alguien define el dolor como “insoportable”? La sede de ese sentimiento reside mucho más allá de la parte del cuerpo que está dando la alarma. Es la diferencia entre el dolor y el sufrimiento. Quien siente dolor es la persona en su totalidad.

La función del dolor es muy importante ya que permite al ser humano mantener la integridad del organismo, como en el caso de retirar la mano sobre algo caliente, es en cierto sentido protector, “útil”, un dolor fisiológico que nos cuida y nos brinda la posibilidad de pedir ayuda. Los que trabajamos en este tema nos especializamos en tratar la causa para que este dolor-alarma desaparezca y también combatir el tipo de dolor que, en general, no nos sirve de ayuda: el dolor “inútil” (como el dolor post operatorio, el de cáncer, el del Herpes Zoster) que  ha dejado de ser un signo de alarma en nuestro organismo y sólo se encarga de destruir el ánimo de quien lo padece, puede alterar totalmente la calidad de vida de la persona, puede quedarse a vivir con el paciente por largo período de tiempo, dificultando las actividades del pensamiento, alterando la calidad de vida, la vitalidad y la longevidad de cada uno de nosotros. Es tal vez el único síntoma que puede instalarse en nosotros para siempre sino adquirimos una conducta más preventiva menos quemeimportista (“ya me ha de pasar”) ya que todos sabemos que, el dolor, cuanto más tiempo lleva dentro de un organismo más difícil es erradicarlo, además recibiendo tratamiento oportuno puede evitarse que cualquier enfermedad se convierta en degenerativa,  deteriorante y hasta a veces incapacitante, forzando a que el tratamiento a recibir sea  muy agresivo, supresivo y casi sólo paliativo.

Sustancias como la bradicinina, histamina y otros neurotransmisores estimulan las terminaciones dolorosas y, como ya sabemos, una de las múltiples acciones de la Acupuntura es inhibir la acción de éstas y activar nuestros propios sistemas antidolor (endorfinas, encefalinas, opioides, entre otras).

El dolor es como el amor o como el odio: no se puede medir, aunque en los últimos tiempos se ha desarrollado instrumentos para medir el dolor, éste es personal, subjetivo e intransferible. El dolor origina registros cerebrales, que dejan impresos circuitos de sufrimiento tanto más difíciles de borrar cuanto más largo haya sido el tiempo durante el cual se percibieron. Así, el dolor reciente transita por una vía, pero cuando se hace crónico va por otra muy distinta.

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