La primacía del silencio / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

¡Los muertos no hablan!  Simplemente callan. No obstante… aún de yertos, se comunican. Lo hacen, por distintas vías, medios, formas y sujetos: desde el afecto, hasta el recuerdo y, a veces, inundando el ambiente de preguntas, dejando que floten las dudas, abrigando suposiciones, constatando hechos y marcando evidencias. 

Este mundo de dualismo mágico, sí que nos convoca a vivir y morir. A ser parte de la luz y de las sombras, del sonido y del silencio, de la verdad y la mentira, de la honestidad y la impudicia, de la felicidad y la tristeza.

Nos invita a transitar senderos incognoscibles, para medir nuestras fuerzas y verificar la capacidad de superación de que disponemos para sobrellevar situaciones inasibles, misteriosas e impenetrables. Porque ahí es donde, el espíritu se forma o se quiebra, trasciende o se abandona. Y es cuando, los errores humanos, aquellos que desubican el camino, nos hacen apearnos antes de tiempo en cualquier zanja y apurar el paso a lo desconocido.

La bondad, termina siendo el sustento subyacente del que se ha ido. Se suman otros atributos superlativos que, en conjunto, configuran el testimonio del alma buena, digna de mejor suerte, o bien, elegida para acompañar al Señor de los cielos.  Sin duda, ese consuelo, alivia tempranamente la indescifrable ausencia, mientras los días se suceden y la falta se incrementa entre deudos, amigos y parientes.

Quien tuvo oportunidad de viajar al más allá, advertirá estas letras como una imprudencia que incluye argumentos vanos frente al dolor que lacera corazones cercanos. Quienes continúan de este otro lado, posiblemente imaginen en la nostalgia, una secuencia de vida, que reitera en momentos y en imágenes, como si se tratase de un carrete sin fin.

En resumen, el dualismo sigue siendo parte primigenia del encuentro y la despedida.

Y de ninguna manera termina con el adiós. Apenas, si la página da una primera vuelta, porque concurrentemente se apresta a escribir una nueva, con otra letra, con otro espacio, con diferente óptica y distinto énfasis.

Probablemente prime en esa construcción, individual o colectiva, una forma singular de gritar desde el silencio, que no es lo mismo que, callar para no gritar. Entonces, estaremos dando valor a la palabra no verbalizada, pero si expresada en señas, en indicios, en atrevimiento.

No preciso insistir en la obviedad del tema. Menester será morir en el silencio del grito, para ser atendido por aquellos que escuchan más allá de la voz, más allá de la palabra.

Si eso es así, con certeza se podrá arribar a entender una verdad cuando finalmente aquella se presente.

Feliz viaje al silencio, desde el alarido desgarrado del que se ha ido intentando ser oído, más allá de la pared de su limítrofe vida. (O)

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