La palla, el culto y la historia tisaleña / Pedro Reino

Columnistas, Opinión

 

 

He terminado de analizar un documento  muy singular ubicado en el archivo nacional en Quito que lo he recapitulado bajo la denominación de “Restitución y posesión de tierras a indios en Andinatog en el cacicazgo de Tisaleo 1693 – 1728” (inédito). Estoy hablándoles de manuscritos que no se han tocado en más de 400 años, con cuyo fundamento me he puesto a la reflexión sobre esta “tradición” llevada a categoría de patrimonio cultural en nuestro ámbito provincial tungurahuense. El solo encabezamiento de este artículo ya demuestra un sentido historicista, puesto que “palla” es hasta ahora un designativo que lo manejan los protagonistas de Andignato, a las riveras del Pachanlica en el actual cantón Cevallos, quienes va a una “guerra”, siempre montados a caballo, a combatir a los tisaleños de Santa Lucía que “defienden a pie”, su heredad en las proximidades de un cerrito llamado “pucará”.  En Tisaleo se habla de la “fiesta del culto”, que resulta un designativo del sincretismo cristiano colonial, porque la que finalmente entra triunfante en la toma de la plaza de Tisaleo, la que antes existió frente a la iglesia (lamentablemente desaparecida), es la Virgen de Santa Lucía, dejando a un segundo plano a las inga-pallas.

La historia de la tenencia de la tierra nos da el camino certero de que Tisaleo tuvo una fuerte injerencia inca  que debió ser la que manejó el imaginario festivo. Los caciques, de modo general, fueron convertidos en “priostes” por la iglesia, y por ende, hasta por obligación, eran los responsables de armar los festejos.  Los grupos de los vencidos por el propio incario no iban a “festejar” o teatralizar su derrota. “Thomás Guaman, indio del gobierno de don Agustín Cujana mi cacique, parezco ante Vuestra Merced y digo que el dicho mi cacique, como a tributario indio de mita, me dio conforme a ordenanzas un pedazo de tierras en el sitio de Andinatug (ahora se dice Andignato) para que yo hiciera mi sementera para el sustento de mi mujer e hijos, las quales desde sus primitivos tiempos no se habían beneficiado…”

Digamos brevemente que había dos tipos de caciques, o mejor dicho, curacas, en Tungurahua: Los llagtayos y los impuestos por el incario que son mitimaes mandones. Los llagtayos eran los dinásticos nativos, vencidos por el incario, y los advenedizos triunfalistas eran “huaira-apamushcas (venidos en el viento) traídos desde otras regiones del Tahuantinsuyo. Puede parecernos insignificante que el indígena Tomás Guamán sea un indio mitayo del cacique Cujana. El apellido Guamán, que no fue apellido sino hasta la llegada de los españoles, es un designativo de rango, digamos, militar. Para entender esto hay que retroceder a lo que dice el cronista Juan de Betanzos, en Suma y Narración de los Incas, escritos que fueron hechos entre 1542 y 1557. Explica cómo y por qué se instituyeron las fiestas del inti raymi. Dentro de dichos ceremoniales que se hacían en el Cusco y que se dispuso que se hicieran en todo el incario estaba la “proclamación de orejones y de guamanes”. Entonces, un Guamán, que significa gavilán o halcón, llegaba a tener tal categoría, según Betanzos, cuando un adolescente había demostrado que era capaz de escalar peñas y riscos y de constatar velocidad en correr por los laberintos de las quebradas seleccionadas para la competencia. Solo a los triunfadores se los investía de guamanes, quienes estaban por sobre la categoría de los chasquis. Si los chasquis corrían, los guamanes volaban. “sean conocidos para cuando la ciudad del Cusco tuviese guerra, suban a los peñoles como más ligeros e combatan con los enemigos”. Un guaman es quien controlaba la territorialidad de Andignato. Su cacique mandón estaba en Santa Lucía, primer asentamiento de Tisaleo. La fiesta de la palla tiene varios sincretismos que se podrán leer cuando se imprima de modo total mi investigación. (O)

 

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