La figura del padre/ Mirian Delgado Palma

Columnistas, Opinión



La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad, tal como lo establece la Declaración Universal de los Derechos Humanos.  Es la célula más pequeña de una sociedad, integrada generalmente por el padre, la madre e hijos. Este núcleo social tiene una trascendental importancia en la convivencia de los pueblos, pues de ella depende el progreso y bienestar de todos los ciudadanos.

Bíblicamente y por mandato divino, “el hombre es cabeza de la mujer y del hogar” (Efesios 5:22-24); por tanto, la mujer debe estar sujeta a él. Este es el Plan de Dios dentro de cada hogar, alguien debe tener la responsabilidad del liderazgo, y la escritura asigna de manera inequívoca ese deber a los hombres.

En este encargo divino, Dios le delega al papá ejercer este delicado ministerio de ser servidor de la obra humana y fructífero en la dirección de su familia, que con mucho amor y voluntad construyó su propio templo en el que se acogerán sabias enseñanzas de sus progenitores. La Sagrada Familia, constituye el espejo del alma para la vida terrenal.

En el seno familiar, el padre cumple un rol destacado e importante en la conducción de su hogar y formación de sus hijos. De acuerdo con el mandato divino el padre es quien ejerce el liderazgo, asumiendo la delicada tarea de encontrar los mejores caminos para el tránsito temporal de sus hijos. Sin duda, no serán suficiente las normas que se instituyan para el gobiernen de su hogar; lo más trascendental y que dejará su sello en la posteridad de su vida, será el modelo de padre con el que se identifique su descendencia.

Hablar de la figura del padre es reconocer que es parte integrante del ministerio de Dios en la tierra, que es la voz del evangelio. Su obra debe ser titánica en la formación de las futuras generaciones. Su mayor esfuerzo y sacrificio será la de formación espiritual y desarrollo cognitivo, ayudándoles a escalar peldaño por peldaño por la escalinata de la vida de sus hijos.

Es una gran verdad que los hijos, no son propiedad exclusiva de los padres, solo somos servidores, cuya sagrada misión es educarlos con gran dosis de amor, paciencia y comprensión desde la cuna. La mayor satisfacción será verlos realizados de acuerdo con sus ideales y sueños: y, más tarde, serán los insignes caminantes y fructíferos maestros de los que vendrán.

La paternidad es una tarea divina, profunda y noble; sobre estos pilares el padre debe construir su hogar siendo acompañante fiel, solidario e idóneo con su compañera de viaje; sabio en la crianza de sus hijos y edificados en la palabra de Dios; consejero y maestro en el hogar; justo y oportuno en las decisiones que lo asuma.

El padre será el faro que de luz y calor al hogar; será fuente inagotable de virtudes, principios y valores; será el guardián permanente de sus seres queridos; en fin, debe ser la buena semilla de futuras generaciones que construyan sociedades de gran calidad humana. (O)

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