La dura realidad / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

Cuando el compromiso asumido y la capacidad de gestión se alojan, apenas en la posibilidad de que la varita mágica funcione, y no asumimos responsablemente el desafío, lo más probable es que una administración pública fracase y quede coja. No sólo en los hechos y en las soluciones que de ella se espera, cuánto en los sentimientos de los vecinos que -no aciertan a entender- el tamaño y la frecuencia de sus equivocaciones electorales, y menos aún están dispuestos a admitir sus impactos.

¿Será que podamos recuperar el aliento y transportarnos, espiritual y temporalmente a la esperanza de tener una nueva oportunidad para enmendar la testaruda y obsesiva posición de elegir -de entre las opciones- a la «menos mala», la “más vistosa”, “mentirosa” o “artificiosa”?.

Nos falta trabajar con esmero en la formación en valores y educación política de la población, en la identificación y formación política de nuevos líderes, y en el fortalecimiento de verdaderos partidos políticos.

Mientras mantengamos la «vocación de servicio» en la admisibilidad del mantel, ajustando la normativa a las apetencias, ambiciones y vanidades personales, de espaldas a la realidad poblacional -amén de servirnos de ella para sanar nuestras propias carencias y deseos vehementes- nunca avanzaremos en la construcción colectiva del bien común.

El vecindario que se cae a pedazos, pierde -día a día- su esencia, su razón de ser e incluso su vocación de servicio y solidaridad.

Oportuno es regresar la mirada a las acciones del pasado, no sólo para llenarnos la boca y repetir (salvo excepciones) que todo tiempo anterior fue mejor. Urgente es sembrar ciudadanía en las conciencias, recuperar el espíritu de unidad, solidaridad social, respeto y ayuda mutua, tan venido a menos.

Salga usted a la calle y verifique cuántos amigos o conocidos tiene en el barrio. Si le faltan dedos y cuenta más de diez, siéntase orgulloso de saber que hay unas cuantas miradas que eventualmente puedan darle una mano cuando así lo requiera.

Pero si le sobran dedos y le faltan miradas, esa destrucción social que referimos, es más que evidente, nos individualiza y restringe, como la pandemia, a escondernos en casa y a escudriñar tras la ventana, para evitar agresiones, asaltos o ajusticiamientos en manos de algún sicario necesitado a cambio de unas cuantas monedas.

Hablar de seguridad ciudadana siempre será un cuento de nunca acabar y una falencia que no pierde actualidad.

Tiempo atrás, el vecindario vigilaba las casas y cuidaba de los niños en ausencia temporal de sus padres y tenía plena capacidad para llamar su atención y corregir su comportamiento. Hoy, sería un absurdo pensar que aquello ocurra. Ni siquiera el maestro, puede permitirse el lujo de amonestar al educando cuando este se conduce mal, so pena de terminar acusado de maltrato, acoso o algo peor, porque afecta alguno de sus innumerables derechos.

Leía con atención un tuit, al que por cierto asigné un «me gusta», que decía:

«No hay vacunas: Exijo vacunas…

Hay vacunas: No quiero vacunarme…

Feriado: A la playa.

Se contagia: Culpa del gobierno…

Se ponen restricciones: No nos pueden encerrar …

Las quitan: ¡El gobierno no toma medidas!…

¿Será que algún día nos hacemos responsables de nuestros actos? «

Esa es la dura verdad. El inconformismo nos inunda el alma y nos enceguece. Mientras no estemos dispuestos a quitarnos la venda de los ojos y recuperemos el sentido y la proporción de las cosas, seguiremos como hasta hoy:   Inmóviles. (O)

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