Fiesta de Cristo Rey / P. Hugo Cisneros

Columnistas, Opinión

La Iglesia Católica, hoy cierra un ciclo de reflexión, de celebra­ción y de vivencia en tomo al misterio Pascual de Jesús. 

Es un motivo para dar gracias a Dios por todo aquello que Dios nos ha dado, como gracias suyas, para poder vivir conforme a su voluntad. Y es una oportunidad para preparar nuestro espíritu para que luego de una eva­luación de la vida que hemos llevado, dar un paso más para adelante. No podemos cruzarnos de brazos, ni podemos retroceder, es signo de verdadera sabiduría siempre dar un paso para adelante, sin perder la meta a la que nos dirigimos: llegar a la Casa de Dios Padre, para tener plenitud. Es un momento. para vol­ver a reforzar los lazos de la familia y de la amistad para «tener con quien hacer el camino» y aprove­chando de la navidad «dejar que Cristo nazca en nuestra marcha y viva en nuestros pasos». 

A propósito de la fiesta de Cristo Rey comparto los pensamientos de Jean Pierre Bagot en su libro Guía de Domingos y Fiestas (Locas 25, 35, 43). 

Jesús se halla en la cruz: es la señal del fracaso más rotundo y clamoro­so. Extenuado por los malos tratos recibidos, ya no le queda mucho tiempo de vida. Ya no es peligroso para sus adversarios. A los ataques verbales de sus ene­migos, el moribundo responde con el silencio. Y los cobardes se ensa­ñan sobre su presa. 

Es el momento para que los jefes de los judíos echen por tierra toda la obra de Jesús: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo». No hay piedad cuando el corazón está endurecido y los sentidos olfatean un triunfo fácil. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».

Jesús es tratado como un objeto. Le hablan como a alguien que está está ausente. Porque, ¿quién podría reconocer en este moribundo a aquel que anunciaron los profetas? ¿Quién puede descubrir en este hombre que agoniza al rey de gloria triunfante, al estilo de los conquistadores de Roma o del Oriente?

Los soldados también se burlan de Jesús

Furioso, uno de los «ladro­nes» le provoca directamen­te: «No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a noso­tros». Es el grito del no cre­yente que hasta el último momento rehúsa» abrirse al amor del otro. El segundo bandido, por el contrario, muestra sus entrañas de ser humano: «Y lo nuestro es justo…En cambio, éste no ha faltado en nada.» Su compa­sión y su sentido de la justi­cia le hacen lanzar un grito de confianza: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús, haciendo acopio de sus últi­mas fuerzas, confirma con sus pala­bras el sentido de su vida: »Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». Por la fuerza de su amor que perdona todo, que lo da todo, incluso la vida divina, Jesús con­vierte a este ladrón en el primero de los santos de la Iglesia. 

A nosotros los creyentes, confiados o en crisis, pero todos pecadores, a. cada uno de nosotros Jesús nos Jesús es tratado como un objeto. Ledice: «hoy estarás conmigo». Nos hablan como a alguien que ya está corresponde a nosotros dejamos ausente. Porque, ¿quién podría invadir por su amor y gritarle, por reconocer en este moribundo a encima de nuestros fracasos y de aquel que anunciaron los profetas? nuestras miserias: «Jesús, acuérdate de mí». 

¿Pero creemos suficientemente en Aquel que es el amor que salva? (O)

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