Estado fallido / Fabricio Dávila Espinoza

Columnistas, Opinión

Este término fue acuñado en la década de 1990, después de la separación de la Unión Soviética y la decisión de Estados Unidos de apoyar política y económicamente a países en crisis institucional.

Los estados fallidos se caracterizan por la imposibilidad de controlar su territorio, la falta de autoridad legalmente constituida, la incapacidad de garantizar los servicios básicos a su población, la pérdida de presencia ante la comunidad internacional…

La opinión pública global, a su turno, ha ubicado dentro de este grupo a estados como Yemen, Sudán del Sur, Somalia, Angola, Ruanda y la mayoría de países del África Subsahariana; Afganistán; los países derivados de la antigua Yugoslavia; Albania; entre otros.  En América, a finales de los años 90, Colombia, estuvo en peligro de ser un Estado fallido, cuando recrudeció su conflicto derivado de la guerrilla y el narcotráfico. Actualmente, Haití hace parte de esta lista negra, a la que a veces suele sumarse Venezuela.

El término original, con el pasar del tiempo, ha adquirido nuevos matices. Hoy existen estados débiles o frágiles, es decir, situaciones económicas, de gobernanza, humanitarias o de seguridad que ponen en riesgo a un país. En el caso ecuatoriano, la paralización indígena que terminó con la rendición del gobierno, demostró que vivimos en un Estado débil o frágil, no fallido; pero estos son los primeros síntomas para llegar a este desenlace. Si bien, se mantuvo el orden constitucional, la violencia generalizada y la incapacidad de brindar seguridad a los ciudadanos, al igual que la improvisación y ambigüedad a la hora de responder a las demandas básicas de la población levantada, no sin razón, pero con violencia innecesaria, puso en riesgo a todos.

Después de 18 días de atentados contra la propiedad pública y privada, de agresiones injustificadas a ciudadanos indefensos que querían trabajar y de fuerte represión policial y militar, la cuerda se romperá por el lado más débil. La fuerza pública volverá a sus cuarteles, los paralizados regresarán a sus casas tan pobres como salieron, varias familias no se cansarán de llorar a sus muertos, los negocios buscarán la forma de recuperar lo perdido, muchas empresas reducirán personal y el gobierno, si deja un lado su ceguera, debería evaluar las razones que nos pusieron una vez más al borde de convertirnos en Estado fallido. No hay mucho tiempo, porque algunos líderes indígenas y unos cuantos políticos decepcionados empezarán a preparar inmediatamente el siguiente paro.

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