Escondrijos millonarios / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión

En teoría, los paraísos fiscales no fueron creados para que sirvan como escondite de dineros mal habidos, capitales delincuenciales, ni fondos robados a un estado por ministros mañosos u otros funcionarios públicos de la misma laya. Los capitales debían tener origen lícito. Hoy, aquella teoría es papel desechable.

En un paraíso fiscal conviven dos regímenes fiscales diferenciados y legalmente separados. En un lado, el que afecta a los residentes y empresas locales, los cuales están sujetos al pago de impuestos como en cualquier otro país. En el otro lado, los nuevos residentes que gozan de ventajas fiscales y suelen tener prohibida cualquier actividad económica o de inversión dentro de su territorio.

Para facilitar la separación de estas dos economías paralelas, usualmente cuentan con legislación e instituciones especialmente reservadas a los residentes, como los bancos offshore o las sociedades de compañías internacionales de comercio (IBC).

Otro rasgo de identificación de un paraíso fiscal suele ser la existencia de estrictas leyes de secreto bancario y de protección de datos personales. Es habitual que los Datos de depositantes personales, de accionistas y directores de empresas no figuren en los registros públicos, si no se encuentran bajo la custodia de su representante legal, el llamado gente residente (registered agent).

Estas características han provocado que estos países, a menudo muy pequeños en extensión de población hayan conseguido acumular un cuarto de la riqueza privada del mundo. Históricamente se los ha acusado de servir de cobijo a evasores de impuestos, terroristas y narcotraficantes que esconden sus identidades detrás de sociedades offshore, Cuentas numeradas, directores fiduciarios, fundaciones, trusts o acciones al portador. En el revuelco actual, todo está dirigido a la ilegalidad de dineros mayormente mal habidos, sacados de sus patrias despectivas para no pagar impuestos o esconder el producto ilícito de un funcionario público.

Así es del mundo. Así ha sido desde tiempos inmemoriales, y se da por los siglos de los siglos. Inclusive en países que no son paraísos fiscales, ex ministros, altos funcionarios de los tres poderes del estado, por ejemplo, que cuando ingresaron a la mamandurria oficial no pasaban de ser calzón y persona, disimulan sus incalculables riquezas repartiéndola entre sus familiares y adquiriendo propiedades por doquier. Para qué van a ir a un paraíso extranjero si en los países criollos la ley es un juego, donde riquezas huérfanas de origen ético convierten a sus poseedores en personajes admirados. (O)

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