El teatro de las asesorías. 2018. / Pedro Reino Garcés  

Columnistas, Opinión

 

 

Entremos directamente en escena, advirtiendo de lo que somos partícipes en este  teatro nacional. Esto podría ser confundido con  una prolongación de la historia. De lo que se trata ahora es de huir de lo que podría ser tenido como re-presentación. Pero hablando de representaciones, estamos en un momento de la patria donde hay que decir que quienes nos manipulan no son actores, sino protagonistas de primera mano que han ensuciado el concepto del teatro en el  escenario político. ¿Son entes históricos o ahistóricos? ¿Desde qué perspectiva siquiátrica tendremos que abordarlos? De todos modos siempre tendremos que decir que están engordando el capítulo de los forjadores de la decadencia.

 

Han expulsado a la razón del vínculo con la máscara, al sentido común y a la vergüenza pública como pretexto y excusa de sus actuaciones. Se desvisten para mostrarnos sus condiciones directas en sus desempeños, procurando asumir el papel de  cínicos para no defraudar su concepto. En nuestra experiencia creo que no hemos tenido fantoches armonizados con inmunidad moral que han dejado al descubierto la astucia en vez del libreto, y han evitado la máscara para desvergonzarse con el manejo del rostro propio, y mostrarse como son: actuantes megalómanos inmunes al pavor y a la repugnancia de su propia sombra. Es la serpiente que muerde su propia cola.

 

Son protagonistas que vemos en las pantallas, los que se hacen pasar por sí mismos traicionando a la teatralidad, dejándola vacía como a la muerte derrumbada para que no tenga la representación de las calaveras. De la tragedia del pueblo  hemos pasado al “teatro de la crueldad”, no como representación, sino con actores participativos en los manejos  histriónicos. Debo agradecer a Artaud que me ha hecho ver que “El teatro de la crueldad no es una representación. Es la vida misma en lo que ésta tiene de irrepresentable.” Ellos son el origen de lo impresentable, que es lo que nos presentan, y con audacia dicen que nos representan.

 

¿Qué hará la historia y sus investigadores si piensan contribuir a una memoria venerable? Me niego a pensar que se presenten los apologistas de la vergüenza pública  con rango de justificadores de quienes han desacreditado a su propia máscara. Este río está contaminado y huele mal. No podemos sumarnos a una caravana de mentiras, alferezadas por muchos notables que tienen invadidos estos espacios, para lo cual ejercen sus derechos políticos y constitucionales. Hay que escribir libros para “re-aprender historia”, negando a su propio útero. Se trata de hacer lo mismo que nos están haciendo. Dejarlos en su camino en tanto haya quienes abramos otro para nueva gente.  Hace mucha falta publicar trabajos con la investigación reemplazante a los adulones de la farsa.  Si creen que estos textos pueden ser contestatarios, se equivocan. No necesitamos del resentimiento cuando hay verdades que deben ser dichas a uno mismo. Si “Vivir no es otra cosa que arder en preguntas” (Antonin Artaud, El Ombligo de los limbos) ¿qué busca la historia como fijadora de sucesos? (O)

 

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