El radio de una sola emisora / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

Mi padre tenía puesto el radio en una repisa alta, en el cuarto donde dormíamos todos, con mis padres y con mis hermanos; es decir, donde a la noche se juntaba la familia a oír hasta las diez, lo que decían en el radio verde que tenía un solo botón ajustado con un tornillo. Se prendía o se apagaba desde ahí, facilito. El radio funcionaba con una sola pila grande, que según dijo un gringo que llegó a instalar, debía durar  un año. En ese tiempo no había luz eléctrica en Andignato.

La casa de nosotros estaba en la ladera, metida entre árboles de capulíes, rodeada de matas de sixe y de chaguarqueros que salían de las cabuyas blancas. Era casa de teja y de alto, con corredores y pasamanos de madera. En “el alto” era la sala, con silletas charoladas, una banca con cojines tachuelados  y cuatro sillones de resortes. Ahí pusieron un tiempo el radio para que fueran a conocer y a oír los vecinos. Nadie tenía radio en ningún lado en esos años que debieron ser por 1958, porque yo ya estaba en la escuela y me acuerdo que mi padre nos decía que los gringos están preocupados porque en las noticias estaban hablado de que los comunistas se han apoderado de Cuba; y hasta recuerdo que oía un programa que  tenía música de fondo, que se decía era de la isla. Una música bien bonita que ponían para anunciar el programa: “Cuba: la perla de las Antillas convertida en el infierno de América”. Claro, si ahora miramos las fechas, el triunfo de Fidel se dio en 1959.

El radio verde de una sola emisora, según recordaba mi madre, había costado cien sucres o algo equivalente a la venta de una ternera maltona. Tenía una antena muy alta que era un alambre que hicieron amarrar en la punta de un eucalipto al que habían podado todas las ramas. El árbol había quedado de poste. Con ese alambre se oía más clarito lo que hablaban los que decían HCJB, que después me di cuenta que significaba lo que ellos mismo explicaban: Hoy Cristo Jesús Bendice.

Por culpa del radio vino un taita cura de Cevallos a decir a mi papá que devuelva el aparato y que regrese a ser católico, porque todos vamos a terminar siendo diablos evangélicos como los gringos. Decía que en el radio hablan los diablos que no dejan ir a misa a los cristianos. Yo no sé qué le diría mi papá,  porque a él le gustaba el radio para oír las noticias y creo que apagaba en el programa “La Biblia Dice”. Pero igual, no era amigo de los curas porque no le gustaba ir a misa. Decía que aquí no hay buenos curas que hablen en los sermones como él había sabido oírles cuando vivía por Guayaquil. Mi mamá en cambio no les quería tampoco a los curitas porque habían sido injustos en el reparto de las “caridades” que habían llegado a dar después del terremoto de 1949. Entre los vecinos, donde vivíamos, solo los gringos habían regalado cobijas, mientras que los de la iglesia católica  del pueblo no les habían dado nada.

Mi papá prendía el radio a las cinco de la mañana y oíamos a oscuras los programas hasta hora de ir a la escuela, cuando empezaba el programa “Café con Música”. En ese tiempo no había luz eléctrica por ningún lado. Se prendía el radio que valía aumentar el volumen para oír por todo el patio y un poco más lejos. El radio daba la hora exacta, mediante tres pitidos. Con esa señal igualábamos los relojes para ir a tapar el agua de regadío, y no pelearnos con los vecinos. En ese radio, mi padre oía a los congresista que arreglaban el país a punte  peleas, porque transmitía desde el Congreso Nacional. Era mejor cuando hablaba el Hermano Pablo.  A partir de las seis de la tarde zumbaban otras emisoras colombianas, que iban y venían con sus ondas sonoras. Se superponían a la HC, como decíamos abreviadamente. Una radio colombiana pasaba una radio novela llamada “Marina” que yo trataba de entender a pesar de lo que hablaban los predicadores y pastores evangélicos. También me iba “enterando” de lo que se decía en contra de Cuba. Pero el caso es que HCJB concluía su transmisión a las diez de la noche, y entonces entraban otras emisoras y algunas veces, con suerte y entre zumbidos, oíamos otra música y cosas diferentes que nos permitieron saber del mundo y formarnos una idea de lo compleja y manipuladora que es la radio y sus mensajes de comunicación sin opción de reclamo. HCJB me hizo amar la música clásica, sobre todo la que pasaban en Semana Santa. En el radio verde mi padre oía el programa “Amanecer Progresista”, que desde las cuatro de la madrugada se oía desde emisoras colombianas… (O)

 

 

Deja una respuesta