El pan de Ambato y el obispo José Pérez de Calama. 1790

Columnistas, Opinión


Creo que conviene refrescar la memoria de los ambateños (tungurahuenses de la época colonial), a quién debemos la fama de nuestro pan. ¿En cuántos panaderos está el imaginario del impulsor de la panadería ambateña? Pongamos algunas notas sobre el Obispo José Pérez de Calama, quien, saliendo de Acapulco en México afínales de 1790 había desembarcado en Manta, desde donde viajó siguiendo por tierra desde Montecristi y Jipijapa, hasta llegar a Guayaquil un 1 de Julio de 1790, provincia que en ese entonces pertenecía al obispado de Cuenca. Los datos de donde voy tomando estos apuntes constan en: José Pérez de Calama, Escritos y Testimonios, Universidad Nacional Autónoma de México, cuya compilación, prólogo y estudio introductorio corresponde a Ernesto de la Torre Villar, México, 1997, p. 19 y sigts.

Digamos que siguiendo la carretera, Quito empezaba por el corregimiento de Chimbo, de donde se pasaba a Guaranda considerada ya como capital. Acá llegó un 12 de Agosto. “Seis meses completos tardó en recorrer las provincias de Riobamba, Ambato y Latacunga… entró a Quito a finales de 1791…El 24 de diciembre  (1790) estando ya en Ambato, expidió un segundo auto de gobierno con el objeto de fomentar la industria de la panadería: ofreció un premio de 50 pesos  sencillos al panadero o panadera  que le presentara pan de agua bien amasado, bien fermentado y bien cocido. Según el señor Calama, el buen pan debía ser el que en  su interior formara ojos y cuyo migajón se desmenuzara fácilmente  en muy pequeñas migajas, sin que en manera alguna  se apelmasarahizo indicaciones sobre cómo debían construirse los hornos para el pan; “los hornos debían tener forma de bóveda y ser fabricados de ladrillo; el suelo formado de baldosas de una cuarta de grosor, bien ajustadas unas con otras y sentadas sobre una mezcla de cal con sal y arena ”…”(p.24).

¿Cómo éramos los quiteños de entonces? Calama nos dijo: “los quiteños eran chismosos, que había mucha pobreza y pleitos innumerables, que los clérigos del obispado  eran mil y que no tenían ni virtud ni congrua”, o sea que decían una cosa y practicaban otra (eran incongruentes).

El obispo Pérez de Calama andaba queriendo componer todo en estas tierras de Jesucristo, y para ello pensó en los concursos, en las conferencias, en los estímulos para el crecimiento cultural. Apenas había llegado a Quito “estableció conferencias y animaba a los sacerdotes a estudiar, deseando que todos amaran las ciencias y se dedicaran al cultivo de ellas, y los estimulaba proponiendo temas sobre los cuales quería que escribieran y ofreciéndoles premios a los escritores… Por desgracia no hubo ni un solo eclesiástico  que se mostrara en dar gusto al prelado, la angustia de este y su abatimiento fueron grandes…”.(Citado a González Suárez). Preguntémonos ¿Pasa esto en la actualidad en nuestro medio? Desengañado de todo, renunció al obispado un 30 de noviembre de 1791. Importante buscar y leer su “Arenga a los clérigos para que traten bien a los indios de su parcialidad”.

José Pérez de Calama nació en el pueblo de La Alberca, en Extremadura, el 25 de Noviembre de 1740. Dicen que le bautizaron José “porque el día 26 celebra la iglesia de España la fiesta de los desposorios de la Santísima Virgen con San José”. Quiso regresar a Acapulco en México, para lo cual se había embarcado en Guayaquil  un 29 de Abril de 1793. Su barco naufragó y sus restos desaparecieron en el mar cuando tenía 53 años. (O)

Deja una respuesta