El gran aporte de la lectura / Lic. Mario Mora Nieto

Columnistas, Opinión

“Un libro es como una persona; en él se encierra y en él se conserva el pensamiento que es lo mejor del hombre.

            Coger entre las manos y leerlo es gozar aprendiendo; es decir, sintiendo y pensando con el autor; acrecentando tu vida mental, mejorando tu inteligencia; educando tu sensibilidad.

            Al terminar la lectura de un buen libro nos parece que dejamos con verdadera tristeza la compañía de un amigo fiel y cariñoso a quien recibimos con placer y regocijo”.

            -Esteban Borrero E.-

            Sin duda, la lectura es el más importante aporte para lograr el desarrollo intelectual; la lectura es el camino idóneo para el aprendizaje y el desarrollo de la capacidad mental de un individuo.

            Bien lo decía Richard Steel: “La lectura es a la inteligencia lo que el ejercicio es para el cuerpo”.

            Se debería inculcar en los niños y en los jóvenes y la inclinación por la lectura, incluso como una forma de distracción.

“La mente se debe formar intensamente”.

            Ya lo decía San Agustín: “Cuando oramos, hablamos con Dios; más cuando leemos es Dios quien habla con nosotros”.

              En una situación como la que se desarrolla el proceso educativo en la actualidad, para desarrollar esta destreza se recomienda la formación de grupos de lectura, a través de la teleeducación conducido por profesores especializados en técnicas de lectura, que sean permanentes motivadores.

            Cada sesión puede constar de la presentación resumida de un libro leído por uno de sus miembros, después de lo cual se abrirá un debate técnicamente conducido para habituar al alumno a la discusión objetiva.

            Los libros seleccionados para este taller deberían ser tanto obras clásicas como obras de actualidad que despierten el interés general.

            La lectura debería ser un “eje transversal” de todas las asignaturas.

            Por cierto, influye decisivamente la motivación tanto en la escuela como en el hogar.

            En la escuela no hay que olvidar que los trabajos en clase sólo derivan en aprendizaje efectivo cuando son ejecutados con la participación directa del estudiante. De ahí la necesidad de motivar, de concretar, de adecuar las clases para que se produzca esa participación.

            El hogar debe ser, también, un gran motivador de estos hábitos de estudio, tanto en la lectura como en la ejecución de las tareas. No hay que ofrecerle una recompensa material, el mejor pago debe ser la verdadera satisfacción de cumplir a cabalidad con su cometido. 

Por cierto, no hay que utilizar recursos negativos como fuerza impulsora; porque generan inseguridad inhibiendo o volviéndole agresivo al alumno. No es buena norma la de echar mano de amenazas y castigos para que el alumno haga lo que debe hacer. (O)

“Lo que cansa y se estudia a disgusto se aprende mal” –Miguel de Unamuno-           

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