El dolor / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión

Desde el punto de vista antropológico el dolor no es considerado como un signo clínico solamente sino como un síndrome de experiencias vividas cargadas de significaciones, interpretaciones y explicaciones que van a estar mediatizadas por la cultura y la subjetividad individual. Siendo entonces el dolor muy personal e intransferible, va más allá de sus condicionamientos culturales, sociales y grupales. Cada individuo reacciona al dolor con un estilo propio gestado en el transcurso de la historia de su vida.

El umbral del dolor y la actitud que esté adopte varía persona a persona. Basta con el ejemplo de lo que sucede en algunos lugares del mundo dónde se festeja atravesando descalzo sobre brazas encendidas y salen ilesos, en algunos monasterios orientales muchos estudiantes del control mental realizan actos que nadie se podría explicar la capacidad de control del dolor.

La subjetividad del dolor está relacionada con el inconsciente constituido en el transcurso de la historia personal, raíces culturales, sociales, económicas y la naturaleza de las relaciones entre el individuo que padece dolor y quiénes lo rodean. Existen claras diferencias en los umbrales al dolor en cuanto a sexo, edad, capacidad de administración emocional, heridas emocionales abiertas del pasado, la condición física, desarrollo mental, espiritual, percepción de la vida y del mundo.

Para tratar de entenderle al dolor también es importante sus dimensiones, por ejemplo, la sensitivo-discriminativa (intensidad, localización tiempo); la dimensión afectivo-motivacional, que refleja los aspectos emocionales y aversivos del dolor, el sufrimiento y la dimensión cognitivo-evaluativa, que muestra el significado y las posibles consecuencias del dolor, la enfermedad o la lesión, incluyendo el impacto sobre la calidad de vida del que sufre. Como observamos una escala o una puntuación del dolor no se relaciona únicamente, como cabría esperar, con la intensidad de los aspectos físicos del dolor, sino también con la intensidad de los aspectos emocionales del dolor, como la ansiedad, el miedo, la depresión, la ira del paciente entre otros.

Por último, mencionaremos a los pacientes con trastornos somatoformes que expresan sus conflictos subconscientes en forma de síntomas físicos (somatizados). A diferencia de la simulación de enfermedades, los trastornos de esta categoría son considerados manifestaciones de procesos subconscientes y no intentos conscientes de engañar. Los síntomas deben tener entidad suficiente como para interferir con las funciones ocupacionales, sociales o interpersonales, o como para hacer que el paciente requiera y reciba asistencia médica. Las alteraciones somatoformes más habituales inducidas por el dolor crónico son los trastornos de somatización y de conversión, el trastorno por dolor y la hipocondría. John Milton, en El Paraíso Perdido nos decía: «La mente es su propio lugar y puede hacer del infierno un paraíso, o del paraíso un infierno”. (O)

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