El caparazón del dolor/ Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión


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Hoy por hoy, el tiempo es cada vez más apremiante, la situación económica familiar de la mayoría es cada vez más limitada, la vida de los jóvenes ya no es el mundo de los juegos inofensivos, sino es una jungla dentro de una montaña rusa emocional, perdiendo gran parte de su sentido de sí mismos, son vulnerablemente amenazados y por lo tanto viven en un estado de miedo, de carencia, de inconformidad y pérdida de identidad. El conflicto entre el ego y sus verdaderas necesidades, para algunas personas que “tienen”, es infinito, se esfuerzan no sólo por tener más cosas, sino porque éstas sean más caras, buscan acaparar todas las formas posibles de placer, nunca se satisfacen y viven en un inagotable sentido de competencia.

En cualquier tiempo y, de cualquier modo, todo el mundo sufrimos, en tiempos de guerra, de pandemia, en tiempos de paz, en la vida cotidiana. No obstante, sin importar hasta donde lleguen las ondas obscuras del sufrimiento, éste es individual, propio e invisible, Muchas veces, la sensación de pérdida agobia hasta el punto de que aparentemente no importa nada, y su influencia en cada uno de nosotros, es distinta, depende de cómo nos dejemos incidir y si permitimos que nos destruya.

Ante una crisis de miedo, culpabilidad, vergüenza, decepción, pesar, remordimiento, ira, desesperanza, aturdimiento, rencor, etc., una persona repite una y otra vez ¿Por qué?… la mente no acepta el sufrimiento, ¿Por qué a mí? ¿Qué hice para merecerlo? Si Dios existe ¿Cómo puede permitir este sufrimiento tan terrible?…

El sufrimiento es considerado parte de la vida y por tanto inevitable, el cuerpo físico está expuesto a hambre, enfermedades, violencia, accidentes, envejecimiento, muerte y más. Otra respuesta es religiosa, que el sufrimiento es producto del pecado y de malas acciones, es decir que el sufrimiento viene de adentro y no de afuera, pero esta respuesta encierra optimismo ya que es posible la redención. El amor es lo que no puede perderse, es lo que cambia un pasado, hace desaparecer el miedo a perdonar, es lo que llena hablando en silencio. Rabindranath Tagore insistía que el amor no es un simple sentimiento, sino la verdad última que reside en el centro de la creación. El famoso dramaturgo inglés George Bernard Shaw lo evidencio diciendo: “Mantente limpio y transparente porque tú mismo eres la ventana por la que ves al mundo”.

Nuestras reacciones negativas tienden a ser fatalistas, de obsesión de un pasado frustrado (si hubiera…, era de…), de magnificar y encunetarnos en las dificultades, de creer que somos los que más sufrimos en el mundo. Sea cual fuere la respuesta ideal al sufrimiento, nuestra actitud frente a éste hará que se prolongue o se acorte, se estacione o se libere, dependerá de razonamientos para encerrarnos o no. Reflexionemos que no importa cuánto tiempo hayamos sufrido, podemos cambiar, quien debe notar la profundidad de mi dolor soy yo mismo y me siento merecedor de sanar, no necesito que me salven, necesito ayuda, siempre hay alguien dispuesto a ayudar ya que el ayudar nos proporciona un alivio y bienestar ante cualquier dolor, debemos reconocer la necesidad de ayuda profesional (psicoterapia, fundamentos de optimismo, recuperación emocional, motivación, etc.). Una multiplicidad de signos y síntomas de enfermedades complejas no son más que el caparazón del dolor interno. (O)

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