Diógenes “El Perro” / Martín Sevilla Holguin

Columnistas, Opinión

Cuando nos imaginamos a los filósofos de la antigua Grecia, recordamos nombres como Sócrates o Platón, respetables pensadores, rodeados por estudiantes para exponer, discutir y argumentar en foros sobre cuestionamientos del mundo y el ser humano. Pero contemporáneo a ellos, vivió un vulgar personaje que sería recordado por la historia por su particular forma de filosofar. Diógenes de Sinope era un hombre sucio y sin hogar, con modales y comportamientos tan grotescos y poco apropiados que le fue concedido el apodo de “el perro”, título que el llegó a aceptar con cierto orgullo, pues atinaba perfectamente al tipo de vida que deseaba alcanzar.

Diógenes nació en Sinope, su padre fue un banquero y por ello tuvo una niñez privilegiada. Cuando era joven, fue desterrado por haber sido descubierto falsificando monedas. Diógenes llegó a Atenas y la leyenda cuenta que fue a consultar su destino al oráculo de Delfos, donde encontró la misión de buscar virtud y sabiduría abandonando por completo los deseos materiales, aspiraciones sociales y viviendo solo con lo necesario que la naturaleza otorga. Diógenes adoptó las enseñanzas de Antístenes, el más viejo alumno de Sócrates, que fundó la escuela de los cínicos (Kynicós que significa “similar a perros”), quienes se dedicaban a la crítica de los excesos y convenciones atenienses.

A Diógenes le sobran un sinfín de anécdotas que retratan el extremo al que dedicó su vida para honrar su filosofía. Está por ejemplo el hecho de que, al no tener hogar, tuvo que vivir en una tinaja con sus únicas pertenencias: un bastón, su capa y su bolsa. Se ganó el desprecio tanto de los ciudadanos atenienses como de los otros filósofos, por ejemplo del mismísimo Platón, que en una ocasión en que este trataba de categorizar al ser humano como un “bípedo sin plumas”, Diógenes riendo a carcajadas le lanzó un pollo desplumado anunciando que “allí venía otro humano”. Cuenta la leyenda que por su reputación se ganó el interés de Alejandro Magno, quien fue a visitarlo escoltado por muchos guardias y qué, cuando el rey le ofreció concederle cualquier cosa que deseara, el viejo Diógenes molesto le había contestado “Apártate, que donde estás me tapas el sol”.

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