De cara a lo imposible / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

El corazón se acongoja cada vez que se sucede un homicidio, un sicariato, un asesinato, no sólo porque se pierde una vida, cuanto porque se evidencia que la violencia continúa en auge y aún le cuesta al País, resolver esta problemática de manera definitiva.

Todos los días, los noticieros dejan saber de esos quebrantos humanos, que entendemos, resultantes de actos delictivos. Pero también dan cuenta, en muchos de los casos, de una corta o muy larga lista de delitos cometidos por esos sujetos sometidos a investigación o, alguna vez juzgados y sentenciados, que se fugaron, y que hoy están siendo investigados y se mantienen serias dudas sobre los resultados de aquel proceso, tanto como sobre la sanción o su permanencia en los centros de privación de la libertad.

Es, como bien sabemos, un conflicto inmerso en una vorágine de sentimientos y acontecimientos interdependientes, que demandan acciones objetivas y definitivas; no solo, paños tibios que no superan la necesidad de bajar la temperatura, cuando el problema ya no está en las sábanas sino en el alma de todo un pueblo que demanda justicia, atención y protección. ¡Seguridad! en una sola palabra. 

Es por igual, una resultante de la formación educativa alterada, quebrada, e insuficiente. Trastocada por el irrespeto a la vida, a la sociedad, a la institucionalidad. Es un tema de las personas, en contra de las personas y por ello, es un asunto que -por ahora- no supera ni siquiera el fuero interno y debemos, todos, enfrentarlo desde distintos ámbitos, con decisión y compromiso.

No es suficiente señalar a un culpable. Es urgente distinguir la génesis y muy importante, corregir lo que está mal. Y esto no se lo hace desde larga data, y por lo mismo, siendo un tema actual, no es una novedad, ni es de exclusiva responsabilidad de unos y no de otros. 

Mucha agua ha corrido bajo el puente, de forma que, hasta “las santificaciones” se han venido a menos, por los sesgos y apegos evidentes para con unos, de entre muchos o, de entre todos. De hecho, incluso las oraciones, deben ser comunitarias, colectivas y no, privativas o electivas, para alcanzar el bien común.

No enmendaremos nunca, si como sociedad, como país, continuamos dejando de expresar y reconocer lo que se hizo bien o lo que se hizo mal en el pasado reciente, o lo que se hace bien, o se deja de hacer, en el presente. 

Los señalamientos -sin tapujos- son necesarios para entender el alcance de las cosas y sus afecciones. Por igual, es relevante evidenciar y acceder a fuentes de información verificadas para poder condescender con ella. Los pueblos necesitan escuchar, aprender y saber de la verdad. 

La vida humana es muy valiosa, bien sea que se trate de una mujer, de un hombre, de un niño, un joven, un adulto o un anciano. Hay que respetarla, valorarla, protegerla y apoyarla. No cabe cerrar los ojos o mirar hacia otro lado, para evitar la verdad. Precisamos mirar de frente y asumir el desafío que ella nos demanda, con entereza. No en vano se dice que “la verdad tiene patas cortas”.

Sin embargo, hay que mantener mucho cuidado con los “adalides de temporada”.  ¡Si!  Aquellos personajes que desde su guardarropa se suponen únicos poseedores de la verdad, de la investigación y de la razón. 

Apenas si son efluvios que, tan pronto dan cara a lo que les suena a imposible, se esfuman, se agotan y se escapan.

Resolvamos finalmente el dolor del alma, con el sonido de la respuesta y no con el aroma del silencio.

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