Cuidemos los árboles / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión



Mirar la tragedia de un incendio que acaba con cientos y cientos de árboles crea un grande sentimiento de dolor. Es la destrucción de portentos de naturaleza, de paisajes de vida, de belleza, de salud. De vida que tomó muchos años para nacer, crecer y envejecer el Austro Ecuatoriano.

Los bosques, los huertos, fueron nuestros parajes. Varios de esos lugares ya no podemos visitarlos porque ya no existen. Muchos hombres y mujeres, no tan viejos, lo sentimos profundamente como la muerte de un amigo. O como decir adiós a alguien querido que no esperamos volver a ver.

Los árboles caen, las urbanizaciones crecen. Es como si a las nuevas generaciones se les estuviese obligando a adaptarse a lo que sea, buscar sombra donde puedan. Para llegar al bosque de eucaliptos más cercano tienen que caminar kilómetros. O vivir donde quiera, sin realmente darse cuenta, ni buscar un santuario verde.

La otra posibilidad constructiva es contagiar a las nuevas generaciones para crear amantes de la naturaleza viva, conocedores de rincones verdes, de colores, de aromas, del morder un durazno recién desprendido de la rama. Rincones donde los soñadores puedan acurrucarse y crear ideas positivas.

Observar a turistas procedentes de países nórdicos que pasan horas contemplando el paisaje de nuestra naturaleza, saboreando frutos y frutos, tomando fotografías que constituirán el show supremo cuando regresen a sus hogares europeos; debe sembrar orgullo en nuestro pecho criollo.

En los años de nuestros abuelos había árboles por todas partes, enormes eucaliptos, frutales de toda clase. El favorito de muchachos de mi grupo fue el capulí en la sierra y el mango en la costa. Escenarios de manjares.

Pensemos en cómo sería regresar, después de cincuenta años, a la casa donde nos criamos. Si todos aquellos árboles siguen en su lugar, revivir tiempos inconmensurables de alegría, de felicidad. Pero si los árboles han sido destruidos, la casa, en su desnudez, es sólo una porción de ladrillos.

Desde el principio del mundo, el árbol ha nutrido nuestras vidas, modelando cada hora, cada día, cada año. Si lo comprendemos como compañero maravilloso de la existencia humana, lo cuidamos, lo amamos, enriquecemos también su vida. Sembrar un árbol, cuidarlo, debería constituirse en hábito sagrado. (O)

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