Cuentas secretas y placeres / Luis Fernando Torres

Columnistas, Opinión

Stalin se deleitaba cuando contabilizaba el número de adversarios enviado al cementerio. Era uno de sus mayores placeres, curiosamente junto al de la lectura. El carnicero era un lector voraz, con una envidiable biblioteca. Tenía , sin embargo, temores, como el de que le mataran. Por ello, en su casa de verano de Sochi, en el Mar Negro, prohibió que se colocaran alfombras con el fin de poder escuchar los pasos de algún verdugo. Su sucesor, Putin, no sólo se divierte con la invasión de Ucrania y el envenenamiento de sus contrincantes sino con las cuentas secretas en las que se esconde su inmensa fortuna.

Que los dictadores disfruten del placer de perseguir y matar, así como de acumular riquezas en cuentas secretas, no debería ser objeto de alarma alguna, pues, de los dictadores se puede esperar ello y mucho más. Es diferente la situación de los gobernantes democráticos, aquellos a los que el pueblo elige, no una sino varias veces. El enriquecimiento en los cargos, con dineros públicos, es lo que más reprocha el ciudadano.

Los argentinos sintieron una insanable decepción póstuma cuando conocieron que su popular presidente, el inefable Néstor Kirshner, había tenido la costumbre de guardar joyas, oro y moneda dura en bóvedas, algunas de ellas construidas dentro de colinas. Despreciaba las cajas fuertes por su pequeño tamaño, pero soñaba con ser inmortalizado, como ocurrió con la estatua erigida en la sede del edificio de Unasur en la Mitad del Mundo, tardíamente removida.

Lo ocurrido, recientemente, con el Prefecto de Cotopaxi, ha servido para contemplar los escándalos que rodean a las entidades seccionales. La Fiscalía le atribuye una cuenta secreta de 30 millones de dólares en un banco centroamericano. Su casa fue allanada y él fue detenido para investigaciones. Esos millones serían el producto de sobornos y coimas. Mientras no exista sentencia ejecutoriada, el Prefecto goza de la presunción de inocencia. Sin embargo, más allá de que llegue a ser condenado, la sola información de la Fiscalía ha provocado gran revuelo.

Con gobernantes proclives a amasar fortunas, ahora son la excepción aquellos que asumen cargos públicos para trabajar por el “bien común”, un concepto lamentablemente degradado en los tiempos del oportunismo y el enriquecimiento fácil. Con la frase latina “la comedia est finita”, suele terminar la historia de los corruptos con sus cuentas secretas.

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